Por Dona Wiseman
Hoy apareció en mi “news feed” de Facebook un artículo de Stephen Marche, un escritor canadiense (sí canadiense, también allí corre mierda). Me impactó que el artículo fuera compartido por otro hombre. Abajo está el enlace del artículo. Léelo por favor. También busqué información sobre el autor. Me da gusto encontrarme a hombres con sensibilidad fina y agradezco su presencia en el mundo. Y de una vez aclaro que son muchos. Creo que los temas de la sexualidad, el abuso, el acoso y la igualdad solo se resolverán poco a poco y con la entrega total de hombres y mujeres que quieren y pueden trabajar hacia una mayor conciencia.
https://en.wikipedia.org/wiki/Stephen_Marche
En primera instancia solo escaneé el artículo. En esa escaneada me impactó la frase, “¿Cómo se supone que crearemos un mundo igualitario cuando los mecanismos masculinos de deseo son inherentemente brutales?” He sentido esa brutalidad, pero hasta ese momento no había podido expresarlo de una manera clara. Ahora, con una sensación de “¡Eureka!”, tomo prestada esta frase. Esto es justo lo que le intenté explicar a un hombre hace un par de días. La presencia de un apetito sexual que parece no tener miramientos a nada más es algo que a mí, como mujer, no solo me provoca una sensación de ser atacada, sino que apaga mí apetito sexual (y eso no me agrada). No me agrada que algo me apague de esa manera. Y no me gusta relacionarme desde expectativas constantemente e inflexiblemente presentes. Sentía en ese momento, con ese hombre, que el deseo era omnipresente y tan grande que no cabía nada más en el mundo, mucho menos en una relación que pudiera existir entre nosotros.
Ahora que surgen tantas alegaciones, particularmente en EEUU donde un hombre que encarna este deseo bestial es presidente del país, me pregunto cuál habrá sido el “mindset” en el momento de los hechos reportados de las mujeres involucradas. Puedo hablar por mí y sé que me he encontrado en situaciones sexuales no deseadas durante mi vida y que cuestionarme hoy sobre lo que pensaba en esos momentos me dice mucho sobre mi misma. ¿Por qué suponía que tendría que aceptar algo que no deseaba? ¿Por qué tendría que pensar que si una vez acepté es lo mismo aceptar de nuevo, o que he creado una especie de obligación? ¿Por qué cuestiono mi “no” cuando me parece que algunos hombres jamás cuestionan su “deseo”? He escuchado, “pues yo sí quiero”, un buen número de veces. Y vaya, soy una mujer fuerte y he respondido, “pues yo no”. El deseo del hombre es tan importante como mi deseo como mujer y cuando esos dos deseos coinciden, qué bueno, celebremos. Cuando no… no. Y declaro que en esto también hay trabajo que hacer por parte de las mujeres para no continuar usando nosotras el sexo como instrumento de poder. Hemos también propiciado situaciones sexuales para beneficio propio. También hay mujeres que abusan. A partir de un sí mutuo existe el terrible peligro de que se dé todo un tratado entre dos personas, un tratado que en esos encuentros furtivos de agarrones y suposiciones jamás se asoma. A veces ni en la pareja está presente.
Yo, Dona, sí creo que hombres y mujeres tenemos largo camino que andar y me gustaría que lo hiciéramos juntos.
He experimentado la sexualidad fina de algunos hombres durante mi vida. Hombres con quienes he desarrollado una libertad de exploración y experimentación dentro de un contexto de cariño y respeto. Y ni siquiera estoy hablando de una relación de pareja necesariamente. Hay hombres y hay mujeres así, quienes podemos por un rato dejar de lado el juego de poder, o cuando menos hacer el intento de hacerlo. Sí, el sexo conlleva mucho poder junto con el placer que le es inherente. Si volvemos la atención a la psicología junguiana, al tema de la sombra, encontramos que en nuestra manera de vivir la sexualidad, particularmente en nuestras fantasías, habita nuestra sombra, lo más oscuro de nosotros mismos. No hay área de la vida en donde esta sombra, la de cada uno de nosotros, nuestra monstruosidad, esté más presente.
Han surgido acusaciones de abuso y acoso sexual por cubetas en estos días. Hombres que han tocado, que se han exhibido, que se han insinuado, que han violado, que han amenazado. Han llegado las acusaciones y: “Los hombres llegan a este momento de ajuste de cuentas extremadamente desprevenidos. La mayoría de ellos se muestran estupefactos ante la realidad de la experiencia vivida por las mujeres.” Estoy segura de que esto es resultado de un desconocimiento total, aunque la sensibilidad, cuando menos en mi mundo idealista, debería ser lógica. Y seguimos con el hecho de que: “Casi a ninguno (de estos hombres) le interesa o está dispuesto a tratar de resolver el problema de fondo en todo esto: la usualmente fea y peligrosa naturaleza de la libido masculina.” Sería mucho para cargar en la conciencia.
“Los hombres lidian con su naturaleza solos y aparte” (con lo grotesco de su sexualidad). “La ignorancia y la infravaloración son la norma.” Es verdad que los hombres, los bienintencionados, no han tenido mucha guía a favor del desarrollo de su propia sexualidad sana y la colaboración con el desarrollo de la sexualidad de nosotras las mujeres. No quiero echar culpas. No quiero satanizar a los hombres. Sí quiero satanizar la brutalidad de la inconciencia en la cual hemos nacido y vivido como seres humanos hasta ahora. No hay manera de cambiar el pasado, y cambiar el hoy (y por ende el futuro) será una tarea que nos exigirá mucho.
En este momento “las mujeres claman para que se reconozca su dolor y muchos hombres sí están muy dispuestos a ofrecer ese reconocimiento. Pero eso quiere decir que no están teniendo que hablar de quiénes son y, por ello, tampoco teniendo que pensar en lo que son.” No es suficiente decir que tenemos razón de sentir dolor, de estar enojadas, de querer que las cosas cambien. Solo será suficiente que todos, hombres y mujeres, nos dediquemos a trabajar la igualdad. Esto se trabaja hombro a hombro.
Dice Stephen Marche: “Si quieres ser un hombre civilizado, tienes que considerar lo que eres. Fingir que eres alguien más, una ficción que preferirías ser, no ayuda. No es moralidad, sino cultura —aceptar nuestra monstruosidad, ajustar cuentas con ella— lo que puede salvarnos.” No me agrada la palabra “monstruosidad” porque estoy segura de que hay mucha inconciencia. Pero sí se siente así. No con todos los hombres. Pero con algunos, y con la masculinidad en general. Se siente efectivamente la presencia de ese “monstruo”. Es una amenaza constante. Confío que hay suficientes hombres que no desean vivir de esta manera, tengo que pensarlo así. Decido no perder la esperanza. Pero tampoco dejaré de luchar. No dejaré de decir “no”, aunque tú, hombre, no lo entiendas. Tú tendrás que “ajustar cuentas” con tu monstruosidad, yo te espero, aquí trabajando lo mío. Quiero que trabajemos juntos.
**Las citas en mi columna son del artículo de Marche.