Por Alex Campos
Me encuentro en una ciudad en donde parece que el tiempo no transcurre, siento que mis hijos viven su infancia como yo la viví en los 90s’s. Veo abuelitas sentadas en mecedoras en las banquetas, con un gesto de tranquilidad que hace mucho tiempo no percibía, niños jugando en la calle, algunos bebes en pañales, la gente saluda y desea buen día, al interior de las casas seguramente habrá madres cocinando una deliciosa comida de esas tradicionales hechas con mucho amor y la mejor sazón. En cada esquina hay una tortillería, todos los días a la hora de la comida la gente sale a comprar tortillas recién hechecitas.
Aquí, la moda no es importante, al juzgar por lo que veo, cada quien usa lo que quiere y si está en tendencia o no, es lo de menos. Aquí los vecinos son casi familia, se mantienen abiertas las puertas de las casas y el café y el pan para quien llegue a visitar no puede faltar. En el patio de la casa de los abuelos hay 3 loros traviesos y parlanchines que cantan desde las 6 de la mañana, piden café y pan y chiflan con buen ritmo.
Al vivir todo esto no puedo dejar de pensar en cómo aquella frase que la gente suele decir para referirse a la clase privilegiada es muy cierta, “viven en su burbuja”, me siento un tanto abrumada solo de pensar cuánto tiempo he estado viviendo en una burbuja junto con mis hijos y esa burbuja no me ha permitido recordar lo que la vida “natural” puede hacernos sentir y nos hace comprender.
En esa burbuja donde muchos vivimos, hay una ciudad bella, muy limpia y muy desarrollada, está llena de grandes complejos plazas y avenidas muy modernas, la globalización ha llevado las grandes marcas y la gente siempre lleva prisa y su cara luce un tanto apretada. En esa burbuja, los niños pequeños no andan en la calle descalzos o en pañales, eso está mal visto, incluso los niños de 2 años probablemente no se ven en las calles pues están enrolados en alguna actividad extracurricular, si, por que ya van al colegio o tal vez se encuentran dentro de casa viendo algún video o junando algo en el iPad.
Había olvidado lo divertido que era correr descalza por el pasto, admito que no dejo que mis hijos lo hagan en casa pues me gana el miedo de que puedan enfermarse o ser picados por algún insecto. A decir verdad, luego de más de 1 semana en este viaje a través del tiempo he dejado que mis hijos hagan todo lo que no se hace en la burbuja, mi modo “vacación” me ha puesto en mente tomarme en serio el disfrutar cada segundo de este viaje y dejar fuera la perfección y la preocupación.
Los pies negros, el cabello despeinado, las manitas pegajosas, el atuendo de pañal y nada más que un pañal en el vestir diario de mis hijos pequeños me demuestran que se han divertido como locos. Mientras más negros los pies y más pegajosas las manos, más divertido estuvo el día.
Mis hijos han entrado a la casa tan solo para comer y cuando ha terminado el día, el jardín y una pelota de plástico han sido su más grande diversión.
Bien dicen que de cada viaje seguro sale un aprendizaje, yo me llevo muchos, me llevo la tarea de no meterme a la burbuja de las grandes ciudades, donde entras y el brillo del cristal no te permite mirar lo que hay afuera. Me llevo la certeza de que los pies descalzos nos dejan sentir la frescura del pasto y tomarle más amor a nuestra tierra.
Ahora recuerdo que los mejores instrumentos de un niño son la imaginación y la naturaleza, con estos dos se convierten en todo tipo de personajes en lugares asombrosos.
Aprendí que debo usar mi “modo vacación” más seguido y que todo este colorido y sabor jamás será superado por un iPad ni por la ciudad más desarrollada.
Adiós burbuja de cristal, hola piecitos descalzos.