Por Lorena Salas
“Todos los días a la misma hora Julia acudía al cuarto favorito de la casa de su abuela en donde se encontraba un viejo armario con un enorme espejo que parecía tener siempre una historia diferente qué contar.
Cada vez que se paraba frente al espejo, Julia se veía algunas veces transformada en una princesa guerrera que luchaba contra las más temibles criaturas de un reino muy lejano, y en otras ocasiones observaba atenta como ejecutaba a la perfección algunos pasos de ballet, incluso llegó a pensar que podría en un futuro convertirse en una famosa bailarina.
Cuando no estaba viendo mil historias delante del espejo, Julia aprovechaba sus vacaciones para quedarse en casa de su abuela, quien le permitía jugar en todos los rincones de su casa, abrir cajones, descubrir tesoros perdidos, ver fotografías, mojarse en la fuente del jardín y jugar con su fiel gato, una enorme bola de pelos grises que sólo se limitaba a ronronear.
Un día cuando Julia regresó a la habitación para dirigirse de nuevo al espejo, se encontró de nuevo siendo esa bailarina que tanto le había llamado la atención, incluso podía escuchar la melodía que estaba bailando en ese momento, todo parecía tan real que empezó a verse a sí misma vestida con una falda blanca de tul, mallas tan finas como la seda y zapatillas de color rosa pálido, comenzó a sentir cómo fluía dentro de ella aquella hermosa música y sintió un deseo enorme de moverse al compás de la misma, era como si flotara y el tiempo se congelara.
De pronto la música comenzó a bajar el ritmo y el sonido como si algo mecánico la estuviera deteniendo, a lo lejos de la audiencia frente a la cual se encontraba bailando, se dio cuenta que unos enormes ojos grises la observaban con fascinación, pero se iban poco a poco perdiendo como si algo los ocultara.
-¿Por qué de pronto se paró la melodía y por qué ya no puedo seguir bailando?- se dijo Julia. Entonces un olor a madera muy familiar le llegó a su nariz, recordó que así olía el viejo armario y comenzó a moverse hasta llegar a tocar detrás de ella una superficie fría y dura, con la poca luz que le llegaba pudo vislumbrar el reflejo de su mano, fue así como se dio cuenta de que era un espejo.
-Las cosas no encajan bien aquí- dijo Julia preocupada ya que seguía vestida con aquel traje de bailarina y sin poder ver bien. De pronto escuchó que venían unos pasos y se acercaban más a donde ella estaba y un crujido fuerte terminó por iluminar su espacio, de nuevo aquellos ojos grises aparecieron y la música volvió a sonar.
No podía creer lo que estaba pasando, quien estaba frente a ella era su abuela, quien todos los días a la misma hora iba a abrir la caja musical que tanto le gustaba a su nieta, donde había dentro un bello espejo con una bailarina al frente danzando al compás de la melodía, era Julia, y su abuela sabía en el fondo que también ella podía verla e iba a esa hora porque fue la hora en la que aquella niña que se imaginaba dentro del mil historias decidió quedarse para siempre en la que más le había gustado.”