Por Kim Dewey
Definitivamente cuando me convertí en mamá, sobre todo los primeros meses, prefería dormir un poco más o aprovechar cualquier tiempo libre para hacer algo más “productivo”. Tardé poco en darme cuenta de que entre menos tiempo sentía que tenía, con mayor razón debía hacer un espacio para sentarme a meditar. Recuerdo que, con mi primera hija, mi momento para meditar era por la noche mientras le daba pecho, sentada en la cama con un par de almohadones meditaba con mi hija en mis brazos.
Ahora, mamá por segunda vez, con un bebé de 3 meses y una niña de 4 años, el cansancio y los cambios los he sentido mucho más, y después de varios meses de ni siquiera hacer mi práctica de yoga o sentarme en silencio un par de minutos, he regresado a meditar. Una vez más descubro que no importa si solo tengo 5 minutos para hacerlo, esos 5 minutos hacen toda la diferencia en mi día: Tengo más paciencia, más energía, mi mente es más clara y me siento mejor.
Dejé de querer tener el tiempo y espacio perfecto, la mayoría de las veces mi meditación tiene música de mi hija de fondo, o es interrumpida por un “mamá, ¡mira esto!”, o por los ruiditos de mi bebé que ya se despertó. Entones respiro profundo, abro los ojos y listo, esa fue mi meditación del día y está perfecto. Además, nada enseña mejor que el ejemplo, me gusta que mis hijos me vean que me siento a meditar, que me doy ese espacio y tiempo para cerrar los ojos, respirar y estar conmigo. Como dicen “el ejemplo arrastra”, reconozco que parte de mi motivación para mantener mi meditación diaria son mis hijos.
Aquí te comparto una de las técnicas más sencillas y prácticas de meditación. Olvídate de poner la mente en blanco, de recitar mantras o hacer posturas tipo pretzel. Solo necesitas tiempo, tu respiración y tu atención.
- Siéntate con tu espalda recta, ya sea sentada en el piso con piernas cruzadas, sobre un banquito o en una silla con tus pies plantados en la tierra.
- Descansa tus manos sobre tus piernas.
- Relaja tu hombros, mandíbula y músculos del rostro
- Cierra suavemente tus ojos y respira por la nariz de forma natural.
- Lleva tu atención a tu respiración.
- Siente cada inhalación y cada exhalación de principio a fin.
- Gradualmente hasta donde te sientas cómoda alarga más cada inhalación y exhalación.
No importa las veces que tu mente se disperse, deja que los pensamientos que surgen pasen, ese es el “trabajo”, no “engancharse”, solo observar y soltar. Cada vez que tu mente se distraiga, observa y regresa a tu respiración.
Lo ideal es integrar la meditación temprano por la mañana, pero lo puedes hacer en cualquier momento del día o la noche. Verás cómo una vez que inicias se vuelve más fácil, cómodo y notarás los beneficios rápidamente.