Vivimos en un país donde justificar el llegar tarde es común, en el mejor de los casos, aunque hay quien ni siquiera se toma la molestia de explicar o disculpar su tardanza.
Por Laura Prieto
Estamos empezando el segundo mes del año. Parece que fue ayer que celebrábamos navidad y la ciudad que hace unos días lucía como una enorme villa navideña, hoy está repleta de corazones, cupidos, y decoraciones en colores rojos que hacen de las suyas en la mercadotecnia. Así de rápido brincamos de una festividad a otra, parece que el tiempo pasa más rápido, en lo personal me gusta aprovechar los días al máximo, un día a la vez, aunque no es fácil en estos tiempos modernos y en nuestra sociedad, que tiene un lapso de tiempo desconocido para extranjeros, incomprendido por mí, el ahorita.
Hablemos de puntualidad, ese valor ético tan olvidado. Tengo el privilegio de trabajar por citas, mi trabajo me permite acomodar mi tiempo, repartirlo entre la crianza, la casa, el yoga, la escuela, el tatuaje y muchas actividades más. Al programar una cita, pregunto a mis clientes por sus horarios, pensando en su comodidad y en que, para ambos, la hora pactada sea la ideal para estar presentes sin pendientes ni prisas. Con el tiempo calculado y que, de preferencia sobre un poquito, para que cada diseño y la atención al cliente sea excelente. Es un trabajo genial, no me ato a lugares y horarios que me mantengan alejada de mi familia, todo sería aún más maravilloso si la puntualidad fuera un hábito. No digo que todos sean impuntuales, pero tristemente la mayoría sí. Podría hablar de las consecuencias que me trae una cita que llega media hora tarde, pero creo que la impuntualidad no se necesita explicar simplemente es un mal hábito, afecta el día de quien la padece.
Vivimos en un país donde justificar el llegar tarde es común, en el mejor de los casos, aunque hay quien ni siquiera se toma la molestia de explicar o disculpar su tardanza, frases como “es que tuve que llegar a la gasolinera”, cuando han pasado veinte minutos después del tiempo acordado, “ya voy para allá” a la hora de la cita, “se me hizo un poquito tarde, llego en cinco minutos” y el único e infalible “ahorita llego” y no se sabe si llegarán ahora o mañana. Un impuntual puede mover todo un día bien planeado, pero ¿por qué es así?, que lo haga la mayoría no significa que está bien. Somos una sociedad impuntual, por ejemplo, en la escuela de mi hijo pusieron un reloj enorme para fomentar la puntualidad y que los padres comprendan por qué se les cierra la puerta, están tratando de re educarnos. Nos damos permiso de llegar tarde, a cada piñata que voy, los invitados llegan en promedio una hora después de la fiesta, somos raros los invitados que llegamos a la hora marcada en la invitación, la frase “diles que empieza a las 3, para que lleguen a las 4” la he escuchado muchas veces. No se diga ir con cita al doctor, o al salón de belleza, etc., sigue siendo parecido el cuento. “Llegar tarde es tendencia” leí, “mamá, respira y date un tiempo, no corras a todos lados”, contenido que se hizo viral en las redes, porque solo se vive una vez y no es bonito andar con prisas, “haz una pausa y no le digas a tu hijo que tienes prisa, él no sabe de tiempos”, otro contenido que vi por ahí y me pregunto ¿es verdad?, ¿estamos haciendo viral el justificar llegar tarde, no planear bien nuestro tiempo?, ¿se disculpa hacer que la gente pierda su tiempo esperando? y peor aún, ¿le estamos enseñando a nuestros hijos que llegar tarde está bien, que la vida se vive sin prisa?
Más que tendencia la impuntualidad es una falta de respeto hacia el tiempo de los demás, el tiempo es oro, frase muy acertada.