Por Daniella Monarez
Un viaje más de 80 km cargado de lágrimas y remordimientos. Parece que me he hecho experta en manejar carretera llorando, este recorrido que hago cada fin de semana para completar mi entrenamiento en anestesiología empieza a pesarme cada vez más. Apenas voy por mi cuarta semana de 9, ni siquiera llevo la mitad y ya estoy a nada de renunciar, mi culpa ha crecido exponencialmente y hoy por casualidad vi una película acerca del “sacrificio por amor”, y desde entonces no dejo de pensar en qué es lo correcto, si privarme de hacer una especialidad médica o continuar a pesar de tanto llanto.
Y no es que la maternidad me convierta en una persona discapacitada para hacer la especialidad, es el anticuado sistema el que hace que este tiempo de preparación sea todo un tormento. Entre las guardias de 32 horas continuas, el tener que cambiar de ciudad cada cierto tiempo para complementar el adiestramiento, los maestros hostiles que todavía existen, las tan marcadas estúpidas jerarquías, entre otros no tan agradables temas, son los que hacen realmente complicada y agotadora la residencia.
Yo por mi parte, lo que intento tatuarme en la frente, es la frase de “un año más”, que es lo que me falta para terminar y salir victoriosa, claro, en caso de que no busque una subespecialidad, porque eso significarían dos años más del que me falta.
La inquietud más grande que me queda en este momento es si seguir persiguiendo mi sueño a costa de la felicidad de mi hija, o la felicidad de mi hija a costa de mis sueños. Hoy, al llamarla para desearle buenas noches, le conté que tenía una sorpresa para el fin de semana que nos veamos, cuál fue mi asombro cuando me dijo que lo único que quería era que ya no me fuera más. Cuatro años es lo que tiene de edad y me habló con la sabiduría de un monje de 60. Mi corazón se partía y ahora no dejo de pensar en eso, la amo y me niego a seguir lastimándola.
Pero lo que honestamente, me hace sentir más mal es que al llegar al hospital y entrar al quirófano, toda la pesadumbre desaparece, experimento una gran satisfacción y quisiera no disfrutarlo tanto como lo hago, porque así sería más fácil tomar la decisión de renunciar y dedicarme a otra cosa, pero cuando lo he intentado, he extrañado tanto a mi bata blanca. Así que sigo aquí, siendo doctora.
Soy afortunada al contar con el incondicional apoyo de mi familia, mis papás, mi red, y personas buenas que Dios ha puesto en mi camino, y son ellos quienes me han hecho este recorrido más llevadero. Ojalá tuviera mejores oportunidades sobre todo en elección de horarios y cambios de domicilio, pero mientras el sistema cambia, no he tenido otra opción más de las que ofrecen. Lo viví cuando cambié una de mis rotaciones fuera de Saltillo a un hospital local, para nada comprendieron esa decisión, que obviamente fue motivada por no estar separada de mi hija, al contrario, a partir de ahí es que temo alguna represalia, pero, haber estado dos meses en esta ciudad junto con mi niña, vale cualquier desquite.
A veces siento que no tiene sentido decir algo parecido a ¡va por ti hija! Porque la realidad es que va por mí, y eso a mi manera de ver es egoísta. Así que va por mí, porque quiero darle el ejemplo de vida más valiosa que pueda a mi hija y al resto de los seres humanos. Los sueños cuestan no nada más al que los sueña, si no a todo aquel con el que se comparten. NES