Por Alexandra Campos
Hay momentos en los que yo misma me sorprendo por mis actitudes o reacciones ante situaciones cotidianas, retos emocionales, problemas comunes de la vida y experiencias que nunca imagine pasar. Si yo fuera la única autora de mi libro de vida, varios capítulos ya habrían sido borrados.
Últimamente me he dado cuenta que en este mundo crecemos idealizando a papa y mama, reclutándolos para la dirección y gerencia en el depto. De excelencia y “perfección” de asuntos familiares.
Lo sé, no existe tal departamento y mucho menos ese puesto, de hecho, nadie recluta a los padres, no les entregan manuales, no hay capacitaciones ni estudio alguno antes de convertirse en padres, todos hacemos lo que nos va saliendo. No hay nada que guíe a los padres más allá de su propia crianza, lo que a ellos les dieron en casa, como los educaron y todo lo que son con las herramientas y recursos que en ese momento sus propios papas pudieron darles.
A veces creo que, si desde pequeños nuestros propios padres, de generación en generación, nos mostraran sus bellas imperfecciones, sin miedo a equivocarse, sin pena a decir “NO SÉ”, entonces, desde ese momento, concebiríamos que los papás son humanos, igual que los hijos, aprendiendo, experimentando y echando toda la carne al asador para criar hijos libres, sanos, seguros y sin resentimiento alguno respecto a su crianza.
Ahora que me equivoco tanto con mis hijos, ahora que veo cuánto puede herir un regaño, comentario o una actitud mal llevada de mi parte frente a ellos, entiendo todo…
Mis papás, solo son papás, dos humanos que dieron su mejor esfuerzo para guiarme, como ellos pudieron, como la vida les fue poniendo la pauta, con su propia infancia y una historia, jamás con el afán de lastimarme o de traumarme. Papá y mamá sufrieron tanto como ahora yo sufro cuando me equivoco al criar, por eso para ser mamá libre hace unos días solté lo que no me agrega y abracé lo que me inspira a ser mejor humano: soltar dolor, malos recuerdos y expectativas no cumplidas, es el mejor remedio para un “RESET” de vida.
Para mis hijos soy una especie de heroína (a veces de capa caída), la que todo lo sabe (y lo que no lo inventa), la que los protege de malos sueños, los cuida y chiquea cuando se sienten mal, la que inventa historias para lograr que coman verduras y hagan deberes. En su pequeño mundo, con esos ojos que se maravillan ante todo y ese corazón que esta retacado de amor y ternura, los padres somos su todo, sus mentores, sus guías, sus doctores de cabecera. Y aunque no seamos perfectos ni nos acerquemos en un 1% a serlo, los amamos y son (sin que ellos lo sepan) todo lo anterior en una diferente y loca manera.
Si, son nuestros héroes, mentores, guías y hasta doctores corazón porque nos obligan a sacar fuerza, voluntad, a pensar y amar mejor, nos obligan a concretar proyectos y planes de vida, a ver la vida con otros ojos, a agradecer simplemente por la existencia…
Hay que soltar lo agrio de nuestra infancia y adolescencia, amarrarnos al corazón lo bello y que nos da valor, decir a nuestros hijos “no sé, no puedo, necesito ayuda, me equivoqué”, y lograr un RESET cada que sea necesario en esta misión tan impredecible, bella y compleja de ser papás.