Por Clara F. Zapata Tarrés / La Liga de la Leche A.C.
Imaginemos un pájaro que acaba de salir de su huevo. Cada día canta para que su mamá le traiga lombrices o gusanitos para alimentarse y de pronto, después de un tiempo, comienza a realizar ejercicios dentro del nido. Salta, mueve sus alas, las abre despacio y otras veces rápidamente. Practica cerca del nido. Torpemente. Luego, su madre permanece cerca y camina un poco a la orilla de ese paisaje vertiginoso. Vuela distancias cortas y su hijo quiere estar con ella… Sigue saltando pero llega un momento en que se le acaba el piso y se avienta. Aun sus alas no responden como él quisiera pero ya avanzó un poco más para estar con su mamá. Ella, sigue alejándose y abre grandes sus alas, planea un poco y para en otra rama, esperándolo. Con la seguridad de esta experiencia primera, en que ella lo espera, él se arriesga de nuevo, ahora abriendo sus alas y alcanza a permanecer en el vuelo. En poco tiempo ya es un experto, con toda es práctica. Ella, su mamá también se arriesga ante la vida, ensayando, aprendiendo también a cuidar a su cría.
Aprender a amamantar es como aprender a volar. Pero, y ¿quién lo hace? La madre amamanta o el bebé? Lo cierto es que cuando nace nuestro bebé suele suceder que las madres creemos y queremos ser las expertas, las super-madres porque nuestras expectativas se dibujan con imágenes de ternura y sonrisas, así como con fotografías románticas en color pastel, con paisajes cálidos y luces de atardeceres plácidos, pacíficos y fluidos.
El embarazo, en sus últimos meses, suele ser calmo, íntimo y al parecer las hormonas permanecen en su equilibrio perfecto. De pronto, tenemos a nuestr@ hij@ con nosotros y pensamos, PENSAMOS, que todo será igual. Nuestro bebé creció dentro de nosotros y no tuvimos que hacer gran cosa para ayudarlo a formarse. Quizás tomamos algunas vitaminas, hicimos un poco de ejercicio y, la mayoría de los que están a nuestro alrededor, cumplían nuestros caprichos, antojos y deseos mientras mágicamente y poco a poco, se formaban cada una de las maravillosas partes del cuerpo de nuestro bebé.
A la hora de la lactancia, de pronto, todo parece distinto. Algunas veces las expectativas caen en picada y nos encontramos con un gran punto de interrogación en cada movimiento de nuestro cuerpo y más aún, de nuestro corazón. Nuestras hormonas parecen volverse locas y no tienen un sentido ni lógico ni racional, ni alguna explicación que le ponga una afirmación a nuestras preguntas. Y precisamente ahí es cuando surge la gran duda sobre la existencia del instinto. Nos creíamos más mamíferas animales a las que todo les saldría naturalmente y resulta que buscamos, más que nunca, explicaciones, causas y consecuencias de cada paso y cada acto.
En contradicción con todo este gran rollo explicativo, razonado y racional, las investigaciones nos alumbran, descubriendo sorpresivamente, las funciones laterales de los hemisferios del cerebro. Tenemos dos hemisferios, el derecho y el izquierdo. El hemisferio izquierdo se dedica a racionalizar, analizar, teorizar y explicar en un espacio temporal todo lo que sucede a nuestro alrededor. En cambio, y de manera a veces no tan equilibrada, nuestro hemisferio derecho plantea a destiempo la creatividad, la intuición, las emociones y explica de manera subjetiva e irracional lo cotidiano. No sigue una lógica y a veces nos mete el pie para tropezarnos o tal vez para detenernos a respirar profundamente en un suspiro. Este, nos ayuda a fantasear, imaginar y a tener una existencia metafórica llena de poesía y de paisajes zurdos.
Pero, ¿qué tiene que ver esto con la lactancia y la maternidad? Mágicamente, cuando nos encontramos aprendiendo a volar amamantando, las coordenadas se transforman para trasladarnos al lado derecho del cerebro donde también se encontraría el instinto que nos esforzamos tanto en racionalizar. Y creemos que las técnicas, las instrucciones y las explicaciones llanamente de la razón nos serán de utilidad. Cuando, precisamente, tenemos que cederle su lugar ese zurdo que nos incomoda y llega sin avisar. Habemos algunas personas a las que el zurdo del hemisferio derecho, nos funciona viento en popa. Sin embargo, en muchos de los casos, el hemisferio izquierdo quiere mantener su autoridad y aplaca al hemisferio derecho no dejándolo actuar.
¿Te has notado ausente, dispersa, olvidadiza en tu lactancia? Pues he aquí la explicación racional. Ahora, es importante que tomemos conciencia sobre ello con el objetivo de tener una lactancia agradable y placentera. A veces, la palabra “fluir” molesta porque se abusa para dar explicaciones acerca de todo y da la impresión de imposibilidad. Y la lactancia así como la maternidad suelen tener altibajos que quedan lejos de fluir en el sentido simplista. Pero en este caso podría darle sentido al asunto: fluir como un río, sin tantos obstáculos, y si los hay, si hay alguna piedra que permanece, dejar que la corriente la rodee con esa ternura líquida y natural. Y puede ser más llevadero y finalmente muy disfrutable si asumimos que habrán cascadas, remolinos y plácidas corrientes o en ocasiones cataratas, como en general, es la vida. Caídas libres, habrá muchas, y vale la pena arriesgar nuestra existencia, como ese pájaro que aprende a volar. Con ensayos y prácticas, con tropiezos y algunos golpes podemos abrir nuestras grandes alas para aflorar la libertad y ahora sí, crear y hasta inventar cómo es que queremos planear nuestro vuelo: siempre en libertad.
Podemos dejar de lado un poco las grandes expectativas y también aprender de este nuevo miembro de la humanidad que tiene mucho que enseñarnos, sobre todo de instintos. Nos demostrará que no es tan complicado y que, a pesar de ser tan pequeño, es autónomo, independiente y puede abrirnos la puerta de la valentía que necesitamos para ser mujeres lactantes.
FOTOGRAFÍA: Dr. Jesús Guadalajara, UMF 88 Ramos Arizpe
MAMÁ: Lesly Gutiérrez / Bebé: Gema Azahara