Dedicaré mis siguientes palabras al amor que hoy me abraza.
Por Daniella Monarez
Ahora que hago una reflexión acerca del amor, me siento honrada de todo el que me rodea, principalmente el de Dios, que me da la vida diaria, la buena salud, que me ayuda a tomar las mejores decisiones y me acompaña a donde vaya. El de mi familia siendo mi base y sustento principal, y por último, al que he llamado red de apoyo, conformado por un grupo de mujeres que hasta hace dos años eran unas completas desconocidas. Hoy se han convertido en uno de mis pilares de soporte básico, desde mantenerme al día con las labores de la escuela de mi hija, hasta ir por ella al kínder o inclusive llevarla a las piñatas cuando yo estoy de guardia. Es con ellas con quienes comparto no nada más la escuela de nuestros hijos, sino todas las inquietudes con las que vivimos las mamás, y para mi buena fortuna son ellas las que me han brindado toda su comprensión y paciencia en esta etapa tan dura de mi entrenamiento médico. Orgullosamente puedo decir que hemos tejido un resistente lazo y precisamente eso es en lo que las redes se basan, un fuerte vínculo teniendo dos características básicas, unión y fortaleza.
Recuerdo que uno de mis temores principales, cuando Ama mi hija dejó la guardería y entró a maternal, era precisamente el famoso convivio con las mamás, ya que para ser honestas nunca me había considerado muy buena conociendo mujeres, y menos mamás. Tenía miedo de ser la nueva y diferente y no poder encajar en algún grupo que tuvieran ya hecho. Para mi sorpresa fui recibida con los brazos abiertos, aceptaron mi situación de vida y me hicieron parte de la suya.
Considero que nuestra sólida base se ha forjado por tan buenos y hermosos momentos con nuestros hijos, como los festivales, que es cuando los pequeños nos sorprenden bailando o cantando a todo pulmón dedicándonos la canción del 10 de mayo, y como eso nos hace tan inmensamente felices, automáticamente adoramos a todo el que esté a nuestro alrededor.
Ahora que vivo en otra ciudad sin mi hija, por cuestiones de la residencia, mi red me ha apoyado de una manera extraordinaria, hubo quien que me prestó un calentador para mi gélida casa, otras muchas me tendieron la mano con mi niña, la invitarán a playdates, piñatas, etc. y otras tantas me animaron con hermosas palabras de aliento.
Sin lugar a dudas, estar lejos de mi hija es el reto más doloroso por el que he tenido que pasar en mi camino a ser médico especialista. Ni las guardias en las que no duermo ni un segundo en más de 30 horas, o los malos tratos que recibo, absolutamente nada se compara con llegar a casa y saber que no estará ella esperándome con un montón de juguetes tirados por todos lados, porque hasta ese desorden extraño. Obviamente mi nivel de culpabilidad sobrepasa límites inimaginables y no creo que llegue el día en que yo misma me perdone el haber decidido conscientemente perderme los momentos con ella a cambio de hacer la especialidad.
Hago una referencia especial a mi familia, quienes no me han soltado la mano un solo segundo, han estado a mi lado, detrás y por delante de mí ya sea para acompañarme, empujarme o jalarme según lo que necesite. Aún y cuando mi padre llega exhausto de su trabajo, toma las reservas de su última energía para jugar con su nieta, ya sea a los ponys, rompecabezas o incluso sale con ella a pasear en bici; mi mamá quien estando yo lejos, se conduce como su cuidadora principal, de ella admiro que no descansa con tal de ver a su nieta segura y feliz, desde prepararle lonches nutritivos hasta hacerle sus trencitas para el colegio, está siempre al pendiente de mi hija y se ha convertido en su segunda madre; mis hermanas quienes se “avientan” el paquete de cuidarla sin tartamudear; mi pequeña sobrina, cómplice principal de travesuras y exploraciones y por supuesto menciono a mi hija, quien con sus 4 años me ha sorprendido su estupenda manera de vivir esta situación, sigue siendo la misma niña buena, sin berrinches ni malos comportamientos y hasta muestra algo de madurez: el otro día me dijo que ya no quería que fuera al hospital de Monterrey y que por favor le dijera al “señor” que ni ella ni yo ya queríamos que regresara. No imagino lo que puede estar pasando por su cabecita cada vez que me despido para tomar la carretera hacia otra ciudad, en alguna ocasión le confesó a mi mamá que ella no llora enfrente de mi para que yo no llorara. La realidad es que la culpa nunca se va.
Ojalá pudiera nombrar a todas las personas que han tocado mi corazón, como ahora mis “roomates” en Monterrey quienes me abrieron nuevamente las puertas de su casa.
Si pudiera tener las palabras correctas para agradecer todo lo que tantas personas han hecho por mí y por la profesión de médico que me ha originado tantas dificultades, las escribiría, aun así, espero que unas gracias sean suficiente.
Sin lugar a dudas soy una mujer bienaventurada rodeada de personas increíbles, con enormes corazones. Afortunadamente mi red de apoyo está lleno de amor, mi vida está llena de amor y no me resta más que decir gracias, porque ustedes me hacen sentir, saber y vivir que no estoy sola.