La lactancia es ahora y en estas circunstancias una herramienta que difumina la melancolía y la nostalgia para convertirla en ilusión.
Por Clara F. Zapata Tarrés / La Liga de la Leche A.C.
Cuando alguien que tuvo un parto natural hermoso o que amamanta, nos recomienda entusiasmada que es lo máximo, que se pasa rápido, que es la demostración de amor más grande y que es una experiencia única, puede ser que nos encante pero también puede ser que, a la hora de la verdad- si nos encontramos vulnerables, angustiadas, con varias dificultades de lactancia de por medio o no hayamos podido amamantar, y con depresión- profundicemos en el dolor y éste, ya no sea manejable.
Y es que esta reflexión casi siempre la planteo en mis palabras. Casi todas somos madres multitareas, que vamos de aquí para allá, trabajando, haciendo labores domésticas, llevando y trayendo hijos, escribiendo en pocos minutos posibilidades infinitas con la costumbre de ser interrumpidas, pero finalmente resolviéndolo a nuestra manera…
Cuando nos llega un bebé nuevo a las manos, casi ninguna puede afirmar que no tenía expectativas al respecto y casi siempre también las sorpresas están a la vuelta de la esquina. Nos sorprende que, justo el día que llegamos a la casa después de quizás no haber tenido un parto soñado, olvidamos pagar la luz y es fin de semana… o que resulta que tenemos un síndrome “raro” que hace que nos duelan terriblemente los pezones en épocas invernales… Quizás también, nos encontremos con un bebé mayor al que tenemos que destetar por condiciones médicas urgentes, o que teníamos una bolita chiquita que parecía una congestión y resulta en un cáncer de pecho…. La vida nos sorprende… Sí.
De la misma manera, nos sorprende que no habiendo tenido nadie a nuestro alrededor que tuviera partos naturales, ni madres que amamantaran cerca, logramos hacerlo de una manera natural y con determinación, sin intervenciones médicas ni presiones sociales. Bien empoderadas y contentas, la vida nos sorprende. Sí.
Pero también puede ser que no pase nada, nada, nada. Y que de pronto, nos encontremos acostadas, dormidas, dormidas, dormidas: sin tener explicaciones al respecto, con un parto soñado, una familia comprensiva, una pareja incondicional que lava los platos, hace de comer y nos da masajes en los pies, una mamá y un papá que vinieron de lejos a cuidarnos…
- ¿Y? Un millón de personas echándonos porras y diciéndonos lo lindo que fue esta experiencia y lo no tan linda que es nuestra actitud ante tal acontecimiento.
Y aquí, con estas infinitas prácticas nos sentimos intranquilas pensando si podremos cruzar ese frágil puente o no y también renegando sobre la posibilidad de sentirnos muy mal, a pesar de todo. Sin embargo, es útil reflexionar sobre los límites que tenemos a la hora de descubrir que nuestra ansiedad, angustia, llanto o tristeza va más allá de lo que podríamos controlar o actuar al respecto. Podemos darle mil vueltas y la confundimos con desesperaciones pasajeras.
La angustia puede equivocarse… Es aquí cuando reconocemos que más allá de una actitud positiva u optimista, necesitamos ayuda profesional. Porque es diferente tener una incomodidad y hacer algo con ella, actuar, planear diferente la vida, darle la vuelta y sobrellevar la zozobra, que quedarnos inmóviles o excesivamente móviles, fuera de control. Cuando, a pesar de todos los esfuerzos, no encontramos respuestas, cuando no podemos siquiera completar tareas sencillas, cuando no nos concentramos, cuando dormimos en exceso o tenemos insomnio, cuando no comemos o al contrario, devoramos y cuando nos da pánico continuar, necesitamos parar y mirar hacia adentro pero también acudir a un profesional que nos ayude a poner palabras a nuestro sentir y a lo que estamos experimentando. Y es que la depresión no respeta la condición de la persona. Puede amamantar o no y viene más bien de diversos factores que pueden ser psicológicos pero también biológicos o sociales o todos combinados.
Sin embargo, y aquí, la lactancia es bondadosa y complaciente, de nueva cuenta… Comenzando por la hermosa oxitocina que fortalece el amor y el vínculo entre mamá y bebé transitando hacia la empatía y reconocimiento de las emociones. En este sentido, cuando una persona amamanta y se encuentra en depresión, tiene una gran responsabilidad que la alerta y le da sentido a su vida, la acerca en mayor medida a la ternura y al sentido del tacto, tan importante en estas situaciones. Al cuidar a un ser vulnerable, la madre se vuelve más aguerrida y desarrolla mejor su poder de adaptación a los cambios; es difícil que se inmovilice y si se mueve de más, el bebé la obliga, placenteramente a desacelerar el ritmo y relajarse.
Sí. Varias hemos experimentado una depresión post parto y es importante reconocer que cuando ya pasaron más de tres semanas en este estado, podemos necesitar más que apapachos o actitudes positivas. Además, en estos ensayos conscientes de reflexión e introspección, podremos encontrar nuevos caminos que también nos sorprenderán porque descubriremos que nunca estuvimos solas y que los que están a nuestro alrededor, algunos, reforzaron nuestra confianza. Al amamantar siempre tenemos la compañía y ese amor incondicional, que nos ayuda a recobrar la alegría y a reconocer que en cada contacto, en cada succión, en cada mirada sonreímos y curamos cada herida y cada cicatriz, despacio. La lactancia es ahora y en estas circunstancias una herramienta que difumina la melancolía y la nostalgia para convertirla en ilusión. Para ello necesitamos arriesgarnos a decir lo que pensamos y sentimos sin vergüenza, con la transparencia que abrir el corazón implica. Esto nos ayudará a clarificar y enfrentar, de la mano de personas sensibles y preparadas, los retos para renacer amamantando y resurgir fuertes y acompañadas!