Por Clara F. Zapata Tarrés / La Liga de la Leche A.C.
En la Encuesta Nacional de Salud del año 2012, se realizó una encuesta en la que se le preguntaba a las personas que amamantaban las razones acerca de porqué dejaban de hacerlo y destetaban sin querer a sus bebés. El porcentaje más grande contestó que la principal razón era porque no producían suficiente leche y que tenían que complementar con fórmulas lácteas. En realidad, esta respuesta no era precisamente que realmente no producieran suficiente sino que creían que no producían lo necesario.
En este sentido, las creencias pueden transformarse y cambiar, ayudándonos a tomar decisiones. Un ejemplo muy claro podría ser la creencia religiosa. Si tengo una herencia histórico-familiar de tradición religiosa, es probable que actúe como tal y asista a una iglesia. Además si mi entorno social lo favorece, podríamos pensar que todo se inclina hacia allá. Sin embargo, puede ser que yo haya escuchado o vivido otras filosofías pero por tradición o porque las personas a mi alrededor más cercano lo practican, pues yo sigo asistiendo. Y, por ahí, mi creencia se separe de mi práctica. Y entonces que yo tenga comportamientos y que actúe conforme a ello, no significa que crea. Así sucede con muchas creencias que tenemos en la vida cotidiana y quizás la religión sea el ejemplo más claro para ilustrarlo. Por esto, creer que yo no tenga leche, no necesariamente se traduce en falta de leche.
Efectivamente, los códigos culturales de mi entorno, sumados a la mercadoctecnia, a la manera en cómo se me presentan los mensajes, es que, después de un tiempo, yo comienzo a creer en cosas. Si no me informo y tomo conciencia, en general, lo sigo creyendo. Pero a donde va todo esto?
Comencemos por algo sencillo: si mi madre no amamantó y mi abuela tampoco y además ellas le daban tés y complementaban con fórmula, lo más probable es que yo haga todo esto. Pero como les decía antes, no todo es tan simplista y no toda causa tiene una consecuencia. Por suerte. Aquí viene la intervención, la manera en cómo puedo yo cambiar de acuerdo a la información que tengo y a mi historia personal. Si tengo ese bagaje cultural pero me encontré con un médico sensible, asistí a grupos de apoyo, leí información actualizada en lactancia, tengo amigos con experiencia en el tema y también padres que están abiertos a aprender, mi percepción cambiará y mis comportamientos y acciones también.
Continuemos: Si todos los días veo publicidad de fórmulas que tienen DHA, componentes milagrosos que harán de mi bebé un ser más inteligente; si veo bebés dormidos plácidamente solos en sus cunas, “sin molestar”, y por otro lado algunas de las personas a mi alrededor me dicen que un biberón no es malo, que aproveche para hacer otras cosas mientras el bebé duerme como el del anuncio, que lo deje llorar un poco para que desarrolle sus pulmones, que ya me agarró de chupón, que si lo tengo pegado lo voy a malacostumbrar o “embracilar” y un larguísimo etcétera, qué creen que sucederá?
Si en cambio, e insisto, me informo sobre los componentes de la leche materna, sobre que son más de 100 y que aún no se han descubierto todos y que cambian según la edad de mi bebé; si miro de cerca las etiquetas de las fórmulas lácteas y leo a través de sus imágenes llenas de ositos, que se componen de leche de vaca (ahora también de cabra), que tienen azúcares y aceite de palma, que en las investigaciones se ha demostrado que promueven la obesidad infantil y que además, siempre siempre, tendrán los mismos componentes…. ¿qué sucedería?
Entonces, qué nos puede ayudar a cambiar los resultados de esta encuesta. Como todo tiene relación, tendremos que tener en cuenta diversos factores para poderlo hacer. Empecemos por informarnos desde el embarazo, sin llegar en blanco a nuestro parto; no asumiendo que todos piensan igual que nosotros, más bien, sensibilizándolos para que logren cambiar su propio bagaje cultural.
En nuestro parto o cesárea, pidamos que nos den a nuestro bebé sin darle ni suero glucosado ni fórmula. Cuando nos separan de nuestro bebé, un solo biberón, un solo contacto con un pezón de plástico, puede hacer la diferencia. Cuando nos entreguen a nuestro recién nacido, quedémonos con él. Va estar muchos años con nosotros. ¿Por qué no empezar desde su primera hora de vida?
A la hora de llegar a la casa, sepamos pedir ayuda para hacer todas las cosas que no son cuidar a nuestro bebé. Sepamos decir con asertividad que queremos estar pegaditos y que nuestro hij@ no se va a embracilar ni tampoco quiere un biberón con fórmula. Ese pequeño ser estuvo dentro de nosotros protegido y acurrucado. Así necesita estar por otro lapso de tiempo.
Sepamos que un bebé amamantado no come necesariamente cada tres horas y le gusta estar alerta. Arriesguémonos a tirar el reloj simbólicamente a la basura por unos cuantos meses. Hagamos rituales de soledad junto a nuestro bebé.
Confiemos en que nuestra pareja, nuestros amigos, nuestra familia estará ahí para apoyarnos, llevarnos comida, limpiar la casa, lavar los platos, ir al parque con nosotros, con nuestros hijos mayores, leernos en voz alta, contar cuentos y cantar y bailar juntos.
Confiemos en que nuestro empleador estará ahí para apoyarnos, para respetar las leyes e incluso darnos un poco más para lograr esa producción, que nos preparará un espacio seguro, higiénico, íntimo para extraer nuestra leche y guardarla para dársela a nuestro bebé al día siguiente.
Los mensajes subliminales están en todos lados y tiempos. La producción de leche no es mágica cuando no los percibimos y nos dejamos deslumbrar por ellos. La producción de leche es mágica cuando nos informamos, confiamos y dedicamos tiempo, perseverancia, conciencia, tenemos una red de apoyo fuerte y por lo tanto nos sentimos acompañadas. Ahí, nuestra producción de leche no será cuestionada y pronto dejará de ser un dato en una encuesta.