Por Jacinta Monteverde
Cuántas veces había escuchado ya la frase: “Me pusieron en reposo”, jamás pensé que me sucedería a mí, y esperando a mi bebé arcoíris, exactamente a las 13 semanas de gestación tuve que utilizarla. La cama se volvió parte de mi durante 2 meses, tiempo durante el cual mi cuerpo y mente entraron en un reto más grande del que imaginaba. El cuerpo, por un lado, comienza a reclamar el movimiento, los músculos ya no responden como quisieras y, mientras duermes, tienes reflejos involuntarios, la mente da vueltas sobre la razón de la inmovilidad y comienza una lucha entre los pensamientos positivos y negativos, entre la visualización victoriosa, la culpa y el miedo creciente de perder algo tan deseado.
Y ahí estaba yo también en medio de un torbellino en pausa. Quería que mi tiempo fuera productivo, pero a la vez mi mente era cada vez más floja, entre la tele, libros y el celular transcurrían las horas que en ocasiones parecían interminables. Me mudé a casa de mis padres puesto que las indicaciones eran estrictas.
Se suma al reto si eres mamá de otro hijo o como en mi caso, mamá de una niña con una condición especial que necesita mucho cuidado. Todo esto cayó de repente, sin previo aviso, sin tiempo de planear ni pensar obviamente en lo que estaba por vivir. Así comenzaron a pasar los días, semanas y meses. El ser casi totalmente dependiente hasta para tomar un vaso de agua no era un martirio solo para mí, sino también para quienes me cuidaban, (en este caso mi familia), quienes con toda razón estaban también un poco cansados, pero seguían apoyándome a pesar del esfuerzo extra que esto implicaba, sobre todo para mi mamá a quien agradezco infinitamente.
Tengo que confesar que, en mi posición algo impotente, esperas que los demás te entiendan a la perfección, incluso las expectativas sobre cómo deben tratarte sobrepasan la realidad. Es frustrante y desgastante el sentirte en ocasiones tan incomprendida. Lo consideraba muy injusto, hasta que una amiga que estaba en la misma situación me escribió esta sencilla frase: “No esperes que nadie sienta lo mismo que tú”, y a partir de ese momento cambió mi actitud con los demás. Así, sin expectativas, aprendí mucho sobre la tolerancia y las relaciones humanas, a que el bebé dentro de mi fuera la fortaleza día a día, a dominar mi mente con pensamientos, meditaciones y rituales positivos. Al final todo vale la pena y no lo habría logrado sola. Además, aprendí a confiar, a decretar que lo que sucediera fuera positivo para mí, soltar y nuevamente confiar.
Busqué también rodearme de aquellas amigas del alma que fueron de gran apoyo moral y mental, amigas “gurús” a quienes considero sabias en temas filosóficos sobre la vida, quienes me guiaron a distancia con meditaciones y teorías sobre lo que me estaba ocurriendo, amigas que diariamente me preguntaban sobre cómo estaba y cómo me sentía definitivamente fueron claves importantes para poder vivir mejor esa etapa.
Después de esta experiencia de vida, mis mejores consejos si alguna vez te encuentras en esta posición serían: Rodéate de gente positiva, evita entrar a internet a investigar sobre tu caso, acepta toda la ayuda sin expectativas, agradece las cosas buenas en tu vida y trata de encontrar la respuesta sobre el para qué la vida te puso en este momento y seguro encontrarás grandes aprendizajes.
Quiero finalizar citando las palabras de una “mamá en reposo” a quien admiro mucho cuando le pregunté cuál había sido su mayor aprendizaje después de vivir este proceso: “Mi mayor aprendizaje fue la Fe que puse en Dios, después de haber tenido una pérdida anterior, aprendí en este embarazo que hiciera lo que hiciera sólo dependería de Dios el que mi bebé naciera sano y salvo. Y así, agradeciendo y confiando seguí todas las instrucciones del doctor, debía tomar medicamentos e inyectarme dos veces diarias, mis piernas eran ya moradas, pero recordaba la gran recompensa que iba a tener. Los días eran largos, pero jamás pensé en rendirme; lloré, me asusté, me deprimí, pero recordaba que cada día era un día menos para que mi hijo llegara y eso siempre me motivaba. Fueron 34 semanas en una cama hasta que nació Andrés, prematuro, pero con peso y talla de un bebé a término, y que ahora tengo en mis brazos”. ~Bere González.
Y así, la “mamá en reposo” que alguna vez fuimos vive dentro de nosotras ahora en una “mamá ¡super-activa!”