Por Elena Hernández
¡Cuántas veces he querido tirar toalla! Mil veces y una más. Pero no lo haré, no dejaré que mi cabello enredado y despeinado me quiebre, no dejaré que las grietas de mis muslos me quiebren, ni la resequedad de mis manos, ni las uñas despintadas, ni mis pies descuidados dejaré que me quiebren; no dejaré que mis chichis adoloridas me quiebren, ni las noches de desvelo, ni las ojeras pintadas bajo mis ojos, ni la ropa acumulada, ni los trastes por lavar, ni las infinitas tareas de la casa dejaré que me quiebren, ni la presión social de quien me llama loca, no dejaré que nadie me quiebre, no permitiré que las críticas, los consejos o comentarios de quien no está de acuerdo con lo que hago me quiebren, ni mi garganta hecha nudo cuando no puedo o no quiero pedir ayuda, cuando necesito el abrazo o la palabra de aliento y no hay quien alrededor mío me lo ofrezca; ni siquiera esa soledad en la que muchas veces me he sentido hará que me quiebre. Porque tengo un temple de acero, porque deseo tanto este momento, que no dejaré que nadie me quiebre. Lucharé por vivir nuestro tiempo contra todos y contra todo. Porque siempre soñé con tenerte entre mis brazos, arrullarte dulcemente, cantarte al oído, acariciarte por largas horas, amamantarte, besarte todito, contemplar tu rostro mientras duermes tranquilo, sentirte piel con piel bajo la ducha mientras el agua cae calientita sobre tu espalda, escuchar tu voz balbucear muchas veces hasta que logres llamarme “mamá”, mirarte luego dar tus pasitos titubeantes, trepar esa silla para alcanzar las galletas, disfrutar tu risa y tus fantásticos cuentos, responder tus preguntas curiosas y ver germinar la semillita de la imaginación en tu mente, redescubrir contigo la magia de contemplar la lluvia, el arcoíris, la luna, las flores, los caracoles, hacerme amiga de tus amigos los grillos, las hormigas y las cochinillas, sacar esas espinas de tus deditos pequeños, curar con un “sana-sana” esa rodillita raspada, sentir el orgullo al verte conquistar esa montaña de arena, y como esa montaña, cada sueño que realices, cada etapa de tu vida. Por eso estoy aquí, con todo mi amor por delante para defender con garras lo que nos pertenece, y que nadie nos turbe y nadie nos quiebre dulce hijo mío.