Por Valeria González
En diciembre me di cuenta del pánico, del terror tan profundo que le tengo a la muerte. Intelectualmente sabía que la muerte es algo que vamos a vivir todos en algún momento. Intelectualmente creía que al morir se deja esta experiencia física pero el alma continúa su camino, no muere. Ingenuamente pensaba que era un tema, si no superado, al menos algo muy consciente. Mi papá murió hace poco más de un año y ese tema según yo lo había trabajado bien hasta tener una posición “ecuánime” con lo inevitable. No tenía idea.
Un muy querido chamán me ayudó a entrar en una especie de trance profundo y viví aquello que necesitaba experimentar. De pronto, ahí acostada en el jardín de mi casa, vi mi último aliento. Para mí era completa y absolutamente real que me estaba muriendo en ese instante, en ese momento estaba experimentando mi último aliento de vida, la última inhalación para exhalar y entrar en el valle de la muerte. En fracciones de segundo me di cuenta de todos lo apegos que tenía, ¡no quería morirme! Era una sensación de completo estupor y frustración de perder todo aquello que consideraba valioso en mi vida, mis hijos, mi esposo y no solamente eso también en la vida que había tenido completamente plácida y abundante económicamente, sentía el apego a la materia, a lo material. Quería aferrarme a todo eso.
He leído historias de personas que tienen experiencias cercanas a la muerte, pero son más bien lo que experimentan después de morir: la luz, la paz, el amor… yo no llegué a eso, mi trance solo me permitió experimentar el previo, antes de dar la última exhalación.
Y fui consciente del miedo, del pánico que le tengo a ese momento, ya no era una cuestión intelectual, ahora era una experiencia y entendí por primera vez lo que significa la palabra resignación. Cuando murió mi papá no fue resignación lo que sentí, porque conservaba la esperanza de tal vez vernos en otro plano o algo así, lo que sentí en diciembre, si fue resignación. Después de querer aferrarme a esta vida y saber que no podía hacer nada al respecto para retenerla entendí la resignación.
Como mexicana me han enseñado a burlarme de la muerte, y si me rio de algo puedo hacer un lado el miedo, pero solo lo oculto no lo transciendo.
Cuando salí del trance tuvieron que ser muy claros conmigo al decirme que no me estaba muriendo, porque reitero, para mí era real.
Este artículo se llama “La muerte como maestro de vida” porque al ser consciente de los apegos tan grandes que tengo, empecé a soltar. Es completamente seguro que voy a morir y se me brindó el regalo de asomarme o ser consciente de ese momento inminente. Mi vida se convirtió en un proceso para estar preparada para morir, suena extraño, pero así es. Quiero morir en paz, ligera, llena de gozo por entrar en otra etapa de mi camino con la certeza de que lo que dejo atrás, la materia, no es lo valioso para mí. Ser materialista es eso, darle valor a la materia, y no a aquello que, aunque no podamos ver o tocar es real y no desaparece, es verdad… El Amor.
Han pasado muchas cosas en mi vida en estos tres meses, puedo decir que mi vida dio un giro de 180 grados. Procuro en cada momento, en cada instante hacerme esta pregunta ¿Qué es lo importante para mí? La verdad es que siempre nos la hacemos inconscientemente y la contestamos con nuestras reacciones y actos, la diferencia es que hoy la tengo presente.
¿Qué es lo valioso? ¿Qué es lo que realmente me importa? Y ahí es cuando el apego a la materia empieza a ceder, poco a poco ha ido perdiendo su brillo de oropel. Hoy quiero vivir y ojalá el tiempo suficiente para aprender a morir, a soltar y abandonarme gozosamente al Espíritu. Gracias, por haberme hecho ese regalo.