Por Ivonne Orozco
Aún recuerdo el caldo de frijoles, habas y lentejas que mi madre me servía, con un poquito de aceite de oliva para el empacho. La hora de la merienda era una fiesta. Por alguna razón que desconozco ella hacía platillos de alta complejidad, como empanadas de manjar, dulce de plátano, garnachitas de queso con salsa, chiletole o tamales. La merienda/cena, para mi representaba más que la hora de la comida, era la entrega total de mi mamá. Ponía la mesa, música y cocinaba. Era maravilloso sentirme abrazada con esos cariños humeantes y varios colores y sabores. Esas presencias en formas de platos de peltre, dejaron una huella profunda en mí. Alimenté a mis hijos con caldos de habas y frijoles, muchas acelgas y los deliciosos chayotes rellenos que mi madre hacía.
Los aromas y esa nostalgia que me da cuando pasan las 7 de la tarde me regresa a ella, a mi madre. Seguimos conectadas por acto de infinito amor, de agradable sabor. No importaba la escasez, para ella siempre había abundancia. Mamá a su vez decía: “Este caldo lo hacía mi abuela, este dulce lo hacía mi madre”. Como eslabones de cebollas de rabo amarradas, seguimos unidas a través del poder de la cocina. La herencia del amor transmitido, los sabores que nunca se han perdido, los cordones umbilicales sazonados que siguen transmitiendo a través de la mesa, de la cuchara, de esta alimentación materna que un día deja de escurrir por lo senos y se pasa como magia a la entrega y la creatividad.
El sistema inmediato de la energía transmitida a un niño se le nota cuando come en casa, en familia, cuando disfruta la comida de mamá. Ahí ella, la madre, como la tuya, como la mía, recita un verso, es creativa, el niño siente y sabe que su madre desea sanidad y gusto para él. Se ríen y aplauden el día que se le quemó la sopa, pero el pequeño sabe que su madre se reinventa, como una nueva receta y renace y vuelve a experimentar.
El título universitario se lo otorgan cuando hace galletas, cuando embarra sus labios de cerezas. Así esta cadena dadora, generosa e infinita continúa a través de las generaciones, alimentado aún ya en la ausencia el alma de niño que todos tenemos.