Por Blanca Garza y Verónica Barreda
Resulta que nos hemos auto impuesto un dedo señalador de errores y creemos que si no estamos todo el tiempo “cubriendo las necesidades de nuestros hijos”, entonces el papel de buena madre nos quedará grande. Se dicen tantas cosas acerca del rol de una madre, que terminamos por olvidar nuestro ser mujer en aras de convertirnos en el prototipo de madre modelo que propone la mercadotecnia y un sistema de creencias obsoleto en nuestros días. De alguna manera, las madres de hoy en el afán de lograr que los hijos “no sufran y sean felices”, cometemos el grave error de convertirlos en seres dependientes y con cero tolerancia a la frustración. Irónicamente, en los cursos que damos a mamás y papás, cuando les preguntamos ¿Cómo imaginan a sus hijos en 15 o 20 años? Jamás han respondido que imaginan a un hombre o mujer frustrados, inseguros o fracasados…Por el contrario, la respuesta es que ven a alguien en plenitud . Entonces, ¿quién realmente sería una buena madre?
Una madre no puede vivir por sus hijos pero sí procurar compartir con ellos. El verdadero amor no asfixia, el verdadero amor da vida y permite el desarrollo del otro.
El reconocido Dr. Icami Tiba, en su libro “Quien ama educa”, dice que el arte de ser madre y padre es educar a los hijos para que se conviertan en afectivamente independientes, es tiempo de dejar de querer colocar a los hijos en una burbuja, protegidos de todos los peligros, tristezas y errores. Sabemos que esto no es fácil debido a que traemos montado el personaje de supermamá; pero se empieza por tomar consciencia del daño que les hacemos al sobre protegerlos y querer resolverles la vida. Los hijos pueden desarrollar habilidades para la vida cuando se enfrentan a dificultades y sus padres confían en su capacidad para resolverlas. Hay tiempo de sembrar y tiempo de cosechar. Así podrás darte cuenta de que entre más innecesaria te vuelvas en el menor tiempo posible, mejor madre habrás sido ya que tus hijos podrán valerse por si mimos y será momento de celebrar que la educación que les diste fue buena. Si los dejas tomar decisiones, resolver sus pleitos, estar en otro lugar para que tú puedas trabajar (sin sentir culpa), escoger su ropa, decir lo que sienten, estarás capacitándolos para la vida y podrás tú también vivir la tuya. Si los dejamos “ser” y nos dejamos ser, no tendremos que preocuparnos en el futuro por su hacer.