Por Lorena Salas
Después de luchar por algo con todas mis fuerzas y no conseguir ningún resultado, no sin antes atravesar las etapas de negación y frustración, viene por fin el destape de esa válvula escondida en mi subconsciente que me impedía respirar, aceptar y por fin fluir.
A largo de las experiencias que he atravesado, me di cuenta que la resistencia y la obstinación no conducen a nada más que a la amargura constante de no conseguir aquello que se quiere. La fórmula siempre ha estado ahí, y es simplemente entender que no depende de mí el que las cosas no se den de determinada manera, y también en este entendimiento está la aceptación, que no es más que el dejar que las cosas fluyan de forma natural, respetando así los ritmos de la vida.
Y son precisamente esos ritmos con sus subidas y bajadas los que me enseñan a salir ilesa ante cualquier situación, claro, habrá veces en las que no sepa sortear algo y me encuentre de nuevo en una fase de estancamiento, pero es sólo eso, una fase y la vida sigue como una gran marea que sube, baja y te revuelca para sacudirte y aventarte de nuevo a tierra firme para gritarte un “¡despierta!”.
¿Y cómo llega esa iluminación para aprender a fluir? No me queda duda que en el momento menos esperado, cuando se agotan las respuestas, aparece esa luz al final del túnel que te dice que es momento de soltar toda resistencia y dejarte llevar para recibir lo que venga.
Al fluir me permito vibrar con el Universo al compás de sus propios vaivenes, me dejo llevar ante cualquier situación que antes parecía catastrófica. Ahora veo las cosas desde fuera del vaso y ya no adentro como antes solía hacerlo. Qué gran peso me he quitado de encima, pero cuánto sufrimiento, desesperación e incertidumbre me costó asimilarlo. Finalmente estamos aquí para aprender, trascender y ser felices en el día a día, o al menos intentarlo.