Por Elena Hernández
Han sido semanas cansadas, arduas, de mucho trabajo, de compromisos, visitas, viajes, reuniones, de preparativos de fin de curso, organizar cumpleaños, piñatas, un bautizo, y de pronto todo se junta, el hogar, los proyectos, las ideas, remodelar la casa, el jardín, empezar la dieta, el ejercicio, y viene a mi mente la lista interminable de actividades pendientes por hacer y me ciclo, me quedo atrapada en la rutina que no me suelta ni para respirar. Busco el momento para acomodar mis ideas, mis ansias de cambio, de renovación, y siento que me come el tiempo. Vivo con el reloj en la mano y todo perfectamente organizado, exprimiendo hasta el último minuto del día, incluso a veces también las noches. Vivimos enrolados en nuestro ritmo cotidiano, nos perdemos haciendo siempre lo mismo una y otra vez, sin darnos cuenta que se nos pasa la vida. Todos tenemos un propósito, un objetivo que nos impulsa a seguir adelante, a ser constantes y a trabajar duro, ya sea una satisfacción personal, la manutención de los hijos, el crecimiento de nuestro negocio o empresa, alcanzar nuestros sueños, trascender; y está bien, está muy bien porque sentados viendo hacia la ventana no lograremos nada. Sin embargo, es necesario tomarnos a veces un tiempo de calma, de respiro profundo, un descanso a nuestra mente y cuerpo agitados, tiempo para leer un cuento, para contemplar la lluvia, asar bombones, cantar “la vaca lola”o el “scoobidoo pa-pa”, un día libre para no hacer nada, para tomar unos tragos o un café caliente con calma, una tarde para simplemente sentir el viento en la cara, hacer espacio en nuestra agenda apretada para cortarnos el cabello, darnos un baño relajante o pintarnos las uñas con calma, caminar, no correr, comer con calma, amar con calma…. hace falta un tiempo de calma.