Por Elena Hernández
Alguna vez fui joven, a mis destellantes 17 tuve la ilusión de estudiar en Bellas Artes para convertirme en una gran actriz de teatro. No fue posible entonces y ya ese sueño se disipó. Sin embargo, durante mi paso por la Universidad hice teatro local y fue una de las experiencias más enriquecedoras y satisfactorias de mi vida. Si tú que me lees, eres amante de las artes y disfrutas de una buena función, sabrás comprender muy bien lo que voy a expresar con estas letras.
Hace dos años, postrado en una cama de hospital, mi padre #ElKeskis falleció. Era de tarde y estaba nublado. Sus más allegados lo rodeábamos en aquella habitación, esperando que la máquina a la que estaba conectado dejara de emitir alguna señal. Abrazados a sus piernas flacas y descoloridas estábamos mis hermanos y yo, recordando un par de anécdotas que nos hicieron sonreír en aquel momento fúnebre, en el cual, algunos familiares sorprendidos de “nuestra alegría” no dejaron de mostrar con sus rostros afligidos un poco de incomprensión y desapruebo por aquellas muecas felices que dejamos escapar. Y en mi reflexión de ese instante les dije, que no encontraba por más que buscaba, un solo motivo para llorarle a mi padre, ni para estar triste por su partida, porque él había tenido una vida plena, porque fue un hombre libre y feliz, hizo lo que quiso, nos enseñó tantas cosas y cada uno en aquel cuarto tenía en su memoria una rica experiencia o vivencia, palabra o consejo de mi padre que se quedaría con ellos para siempre, que lo mejor que hizo estaba aún aquí, refiriéndome a nosotros, sus hijos, quienes teníamos ahora la responsabilidad de continuar su legado. Así son las grandes obras de teatro, cuando son hermosas, cuando no nos perdemos el clímax por ir al baño, cuando vemos todos los actos y estamos atentos, no nos distraemos con cosas sin importancia, cuando la trama nos atrapa, nos conmueve, nos hace reír o llorar, simplemente cuando estamos presentes y lo disfrutamos no hay forma de desear que la obra siga y siga, es decir, aceptamos que llega su final, y en ese momento en que el telón baja y sabemos que se acaba la función, nos sentimos satisfechos, tranquilos, hinchados de emoción y somos capaces de aplaudir fuerte y sonreír, de darnos la vuelta y partir.