Por Blanca Garza y Vero Barreda
Hoy compartiremos un tema que de inicio no sabíamos si tratarlo o no, teniendo en cuenta que esta revista es en su mayoría para madres de familia y que vivimos en una sociedad que todavía considera una realidad incómoda la homosexualidad. Supusimos que podría resultar controversial, pero no somos de las personas que suelen quedarse calladas y si tenemos algo que decir, lo diremos… y si tenemos cómo ayudar (así sea con un granito de arena) lo haremos, de lo contrario, sólo seriamos unas espectadoras más.
Los niños nacen sin prejuicios, en sus cabecitas no hay cosas como “el rosa es de niñas y el azul de los niños”, así de simple: ¡el color es color! Tampoco hay cosas como “El futbol es de niños y el baile de niñas”, el deporte es deporte. En sus cabezas tampoco hay “los hombres deben de amar a las mujeres” porque para ellos: amor es simplemente amor.
Somos nosotros los padres quienes llenamos de prejuicios esas cabecitas. Escuchar un niño decirle a otro “lloras como mariquita” o “los hombres no lloran” es una frase aprendida. No me sorprendería, que ese niño crezca incluso con un gran rechazo a quienes no piensan o actúan igual que él. Yo les voy a preguntar, como madres que son:
¿Si tuvieras un hijo/a gay, no lo querrías de la misma forma?
¿Podrías ver a tu hijo sufrir a lo largo de su vida rechazos, desplantes, discriminación y abusos? Nosotras creemos que no, convencidas de que si existe un dolor que puede tocar cada fibra y célula de nosotras, es el de una hija o el de un hijo. Si todavía nos sigues leyendo, entonces:
¿Por qué seguir criando a niñas y niños con tantos prejuicios?
Enseñemos a nuestras hijas y a nuestros hijos que el amor es amor, no importa de quien venga, no existe el amor correcto o incorrecto… solo existe el amor. Que estas chicas y estos chicos, (por lo menos la mayoría) no eligieron ser homosexuales, que así nacieron y que son seres hermosos y valiosos como los son ellos. Enséñales también a no convertirse en un espectador, que, si un día ven algo que no les parece, ya sea a alguien ser discriminado por su orientación sexual, que se paren y defiendan lo que creen que es correcto. Porque el quedarse callados y hacerse de la vista gorda, sólo los harán cómplices de estos actos tan deplorables. Tu indiferencia ante la injusticia te hace cómplice de ella.
¡Convirtámonos en la persona que queremos ver en el otro! Que nosotras, las madres mexicanas inspiremos esperanza a jóvenes homosexuales que estuvieran en alguna lamentable situación de abuso, acoso o maltrato, para hacerles entender que con el tiempo todo mejora. Porque, aunque no lo crean, hay jóvenes que toman esas decisiones tan drásticas no sólo porque sufren de bullying homofóbico, sino que encima cuentan con rechazo familiar. Rechazo de sus padres, quienes deberían ser las primeras personas en amarlos, apoyarlos incondicionalmente y protegerlos.
Para que nuestra sensibilidad no se adormezca cuando algún giro inesperado de las circunstancias nos impulse a justificar en nosotros lo que hasta ese día juzgábamos injustificable en “los otros”, la mejor prevención es afinar el amor incondicional a los nuestros y a su vida en las pequeñas ocasiones, encontrándolas o creándolas si hace falta.