Por Clara F. Zapata Tarrés / La Liga de la Leche A.C.
“…But just because it burns, doesn’t mean you’re gonna die
You gotta get up and try, and try, and try
Gotta get up and try, and try, and try
You gotta get up and try, and try, and try…”
-Pink, fragmento de Try.
Hoy, mis hijas y yo fuimos al baby shower de una amiga muy querida. La conocí cuando mis hijas estaban en el preescolar. Se llama Julieta. Es una mujer que tiene dos hijos y el que viene en camino: Alexis. Julieta estudió leyes y no pudo terminar y decidió trabajar. El último trabajo que tuvo fue ser una orgullosa obrera en una planta de origen chino en Ramos Arizpe. Es apasionada, intensa, con un empuje y ganas de vivir que he mirado pocas veces y sus ojos siempre, siempre, son valientes. Tiene miedo, pero continúa, nunca se paraliza. A pesar de cualquier adversidad, camina hacia adelante. Le gusta su trabajo, tener amigos varones esquivando los prejuicios y logra reírse de sus propios fracasos.
Mi hija Rebeca me preguntó que por qué a los baby showers solo van mujeres y qué era en realidad “eso”. Me dejó pensando… Más allá de lo rosa o lo azul, de lo cursi que puede ser esta celebración, de los juegos, los regalos, la donación de dinero, los tonos, las risas y las anécdotas, lo cierto es que cuando cruzamos la puerta del festejo, nos metemos a un rito de paso y a una clara fotografía de lo que puede llegar a ser la hermandad femenina.
Entrando, hay una serie de recuerdos, de imágenes que nos retratan simbólicamente al bebé que pronto llegará. La bendición, así como el abrazo, nos recuerdan que está a punto de llegar un nuevo torbellino a nuestra vida. Llena de incertidumbre mezclada con mucha felicidad y alegría, nos recibe la futura madre que está rodeada por sus amigas, su mamá y sus hermanas, de sangre, o adoptadas. En ese momento, todas nos convertimos en una. Nos une la maternidad. Con cada gesto intentamos que esa nueva madre se sienta protegida, amada y cobijada con un abrazo. Cada una de éstas ayuda a la nueva madre a ser valiente, a reconocer sus fragilidades y recobrar fuerzas para levantarse en caso de que la vulnerabilidad a veces nos puede ahogar.
Es ahí, justo en ese momento, que podemos sentirnos listas para recibir, para aprender o reaprender a amar y crear el escenario para darle la bienvenida a nuestro bebé. Nuestras heridas se cicatrizan poco a poco y en cada palmada, mirada de cariño, con el mimo de nuestra propia madre y de nuestras hermanas de corazón avanzamos hacia la paz que necesitamos. Una hace la comida, otra prepara los recuerdos, otra produce los adornos, y despacio, se prepara el terreno para nombrar las palabras del rito. Podremos entonces enamorarnos de nuestra cría con tranquilidad y seguridad de que todas esas mujeres nos cubrirán con sus alas y sabremos que tendremos con quien contar en los momentos de soledad o fragilidad. Y podremos amamantar con libertad.
Cada juego y cada momento de esta rica tarde que pasamos juntas, en compañía de otros niños que alegran con sus carcajadas y travesuras el espacio, sirve para saber que siempre estaremos acompañadas, en las buenas y en las malas. No dudemos en llamarnos hermanas y jamás pensemos que estamos solas. De la mano, juntas, podemos salir adelante, intentándolo mil y una vez, imaginando otros escenarios que nos regalen aliento para seguir disfrutando del camino.