Por Blanca Garza y Vero Barreda
Hace unos días escuchando a una destacada psicóloga chilena, coincidimos en un tema que quizá por su diaria repetición ya no solo pasa desapercibido, ya se ha instaurado como algo normal. Resulta que el mayor porcentaje de lo que hablamos y escuchamos en el día a día son malas noticias. En forma simpática, nuestra colega chilena pone nombre a todos aquellos y aquellas que la mayor parte del tiempo ven el lado negativo y catastrófico, ella les llama: “anticipadores (as) de desgracia”.
Podríamos asegurar que al escuchar este término lo primero que pensaste es que tú no perteneces a ese grupo de personas, sin embargo, si analizas un poco lo que hablas y escuchas, te darás cuenta que algo tienes de esa contagiosa enfermedad. Basta hacer un ejercicio de memoria para percatarnos de que desde que nos levantamos estamos abordando temas negativamente. De este modo, frases como: no me quiero levantar, que mal me veo, quisiera tener la suerte de mi vecino, que mal está el mundo, las cosas ya no son como antes, piensa mal y acertarás, no confíes en la gente, el que no transa no avanza, cuídate porque seguro te van a asaltar, no tarda en ponerle el cuerno, demasiado bueno para ser verdad, henos aquí en este valle de lágrimas, entre más sufras más gozarás en la otra vida, etc…son el pan de cada día.
Se ha convertido en una costumbre ver el lado negativo de las cosas, de los acontecimientos y de las personas. Hay quizá en el fondo razones culturales asociadas a la culpa y al sufrimiento, sin embargo, estamos a tiempo de rescatarnos de esa pandemia que lo único que ha logrado es agrandar la brecha entre el bienestar y nuestra persona. El optimismo, las ganas de vivir, el descubrir el lado bueno de las cosas, acontecimientos y personas, nos permite generar bienestar. Con esto no estamos diciendo que no existan situaciones desagradables, solo se trata de equilibrar nuestra vida evidenciando lo mucho de bueno que tiene. Incluso podríamos hacer el ejercicio de escribir cuántas cosas agradables decimos y escuchamos vs las cosas desagradables y tratar de darle la vuelta a la cifra caótica que nos mantiene atadas (os) al miedo. Hay que recordar que mientras el miedo nos hunde en la confusión, la desesperación y el malestar, el amor nos eleva al equilibrio, armonía y felicidad.
La invitación es a ampliar nuestra perspectiva para redescubrir el mundo, cambiar de canal y sintonizar en el agradecimiento, la palabra amable, el comentario constructivo, el abrazo sanador, la caricia a nuestra persona, a las y los otros, al medio ambiente, el bendecir en vez de maldecir. Todo esto sin duda generará una mejor actitud que a su vez ha de traer un mayor disfrute de este viaje irrepetible llamado vida.
Hablar y escuchar cosas agradables nos empodera, nos hace mejores seres humanos y como decía Carl Rogers: “mejores personas hacen a mejores personas”.