Por Alex Campos
Sigo cayendo en la trampa, de los comerciales que te invitan a vacacionar en lugares paradisíacos, muestran a la mamá tomando el sol en la playa, con un bronceado perfecto, el papá tomando una piña colada y los niños jugando muy tranquilos.
Salir de vacaciones con mi familia es algo que me quita el sueño de la emoción que me provoca, en la mente la típica postal de los niños haciendo los más perfectos y hermosos castillos de arena, mi esposo cuidando de ellos y yo con un coco en mano, echada en una tumbona, logrando un perfecto bronceado, adiós color aspirina.
¡Pobre ilusa! La verdadera cara de mis vacaciones es algo así: si eres generación ochentera recordarás a la familia de Chevy Chase y sus desastrosas pero muy divertidas aventuras familiares cada que salía de viaje con su familia. Ese mi Chevy Chase cuánta sabiduría en tus películas.
Primero, la empacada, esa parte en donde la creatividad debe fluir para lograr empacar objetivamente para tres niños de menos de 6 años pues la adrenalina corre por mi cuerpo a mil por hora sólo de pensar pagar sobre equipaje y la regañada que me llevaría de mi esposo si estas vacaciones para 5 se salen de lo sobre presupuestado.
Logrando empacar gorros para el sol, veinte mil cambios porque mis hijos son maestros en el arte de manchar la ropa, un juguetito por aquí y otro por allá, esto por si se necesita, aquello por si las dudas, que no falte nada, ya para cuando me toca empacar lo mío aviento todo a la maleta esperando algo combine, empacar para 3 niños es casi como una mudanza.
Ya en el avión, hago cómo que todo está muy cool, y por dentro muero de nervios y amenazo con la mirada a mis 3 criaturas “más vale que se porten bien”.
Apenas abordamos y uno ya está picando a todo botón que encuentra, la más grande juega a la comidita y sube y baja la mesita lo cual no le hace mucha gracia al de en frente, y mi “angelito” el más chico grita primero de emoción y luego se enoja porque no lo dejan gatear arriba del avión, ya desde ahí comienzo a pensar si librare las vacaciones.
Ya en el hotel, todos los olores, colores y lugares me dicen “vacaciones” y digo “por fin” siempre caigo, nunca recuerdo que regreso pidiendo vacaciones de las vacaciones.
Eso sí, al papá le pasa lo mismo que a mí, segurito cuando pagó el viaje se vio tirado en una hamaca, leyendo y disfrutando del horizonte.
En vez de eso, aquí en la versión mexicana de “mis locas vacaciones” , los niños brincan de una cama a otra, el chiquito va gateando en turbo, yo abro las maletas mientras la niña me pide lentes de sol, su traje de baño y que me apure porque ya me tarde mucho.
De pronto me doy cuenta de que, el mediano ha desarrollado una extraña fascinación por los baños y ver cómo se va el papel o cualquier objeto que pueda caber al jalar el escusado.
Entramos y salimos todo el día de la alberca, los secamos, los cambiamos, quitamos pañales mojados, volvemos a poner bloqueador y cada media hora corremos al baño cuando los dos grandes gritan “pipi” o “popo” en medio de la alberca y la gente alrededor luce un poco asustada.
Pero creo que soy presa de “mis locas vacaciones”, sin ellos no serían tan anheladas, las fotos no revelarían esta hermosa etapa que hoy vivimos, llena de risas, a veces carcajadas de cada momento irreverente, lleno de cansancio y muchos berrinches porque si y porque no.
No hay cosa más increíble que ver la emoción de mis tres gremlins disfrutando cada momento y viendo a su papá y a mi cómo lo máximo en su vida.
Estás vacaciones están a punto de acabar y yo entre que quiero que terminen y se alarguen un poco más.