Para Daph…
Por Clara Zapata Tarrés / La Liga de La Leche
De la mano, dos mujeres van caminando, dejando sus pisadas en la arena, huellas. Huellas de pasos serenos. Dos mujeres que se aman desde antes de la primaria. Dos amigas, casi hermanas, de esas que dicen que se cuentan con unos cuantos dedos de una sola mano. Dejaron de verse por quizás dos años o más. Pero guardan en el corazón las palabras, las miradas, los abrazos y los besos de la complicidad. En cada plática recuerdan a aquellas niñas que jugaban en el recreo y compartían pan con mermelada. También recuerdan un poco más acá, las veces que besaron por primera vez, que hicieron el amor o que saltaron las bardas enormes de la escuela para ir a comer un helado o un poco de cajeta. La complicidad, las tristezas y alegrías son compartidas con franqueza, sin secretos ni tapujos; con la sinceridad que se busca y se encuentra en la familia deseada y creada por uno mismo, elegida. Las soledades, las impaciencias, los rencores y las alegrías se atrapan y reencarnan: quieren transformarse en otra cosa. Nacen los bebés; una se convierte en un mamífero y le enseña a la otra que otra vida es posible. Hay silencios por meses o años, pero no se impide que el corazón siga en conexión, como un cordón umbilical.
Y tiradas en la playa abren sus almas para seguir extrayendo los secretos de las cuevas embalsamadas por la espuma del mar. Sanan con el respeto y la prudencia; con la empatía que nunca se apagó y con los oídos que escuchan la intensidad. Se reconocen bonitas después de los cuarenta años y con 5 hijos a cuestas, de la mano, de la mano.
Se puede hablar del pasado sin rencores, solo para pensar y sentir que puede ser mejor el presente y el futuro, creando planes infinitos largos o cortos. Se habla de la propia madre, de la madre que intentó lo mejor y que a veces estaba ausente, en su mundo, tratando de saltar, de crear el suyo, a veces lográndolo y otras fallando. Se habla del padre, el que está en silencio y que intenta descubrir a la hija.
Y se abrazan de nuevo, reconociendo que quieren otra cosa, las dos quieren partos, quieren chichi, quieren amamantar, quieren niños saludables, niños amados, padres y madres conscientes y presentes que miren a sus bebés sin temor, que abracen a sus hijos como mamíferas, salvajes. No se quieren quedar con las ganas, tristes o enojadas porque alguien les dijo que cargar a los bebés era contraproducente; desean jugar, sentarse en el suelo, jugar tenis, pelota o a las sirenas, imaginando mundos diferentes, probando, ensayando, casi certeras de que se puede plantear una revolución en las crianzas.
Estar ahí, abrazadas, sintiendo la piel, sin tanto chateo o “feisbuqueo”, mirándose las arrugas y la profundidad de los ojos, conociéndose de nuevo y sabiendo que se tienen la una a la otra.
No dudes en abrazar a tu mejor amiga, no dudes en ser sincera y transparente. La sorpresa es maravillosa y sabrás que ¡no estarás nunca sola!