Como muchas mujeres que hemos decidido tener hijos, al concebir, al dar a luz, necesitamos aislarnos para luego, ser de nuevo.
Hechas de palabras. //// No podría ser mujer si no soy primero un ser que crea para sí mismo, que medita y concluye cómo escribirá. Un ser que cada día trata de evolucionar y acepta sus pocos aciertos y sus muchos errores. Si no me intereso por los distintos registros de lo que me rodea y los ignoro, no podría escribir como lo hago. Para dar espacio a la palabra, busco la manera de sortear los prejuicios de lo que significa ser mujer, parto de que es necesario meditar en la construcción de su concepto: Mujer es una palabra importante como otras palabras, como hombre o libertad; pero con una definición y concepto prefabricado por la sociedad con su rostro más frío y deshumanizado. Por eso hay tantos artículos sobre la soledad de las mujeres que son madres, de las mujeres que quieren ser independientes, porque ese concepto las hiere. El concepto que, entre otras cosas, da en automático que la mujer debe, siempre, comprender y perdonar al otro, y si no comprende o pide una rectificación para sí, entonces no se es una buena mujer. O si se pronuncia en contra de un hecho, deja de ser pasiva, receptiva, amorosa. Se le juzga.
Al escribir poemas, partí de mi reconstrucción. Me hice mujer en el psicoanálisis, entendí parte del proceso, y lo continúo en él. Así acompañé a mi escritura con el análisis. Es como construir una tela que descubre el mundo, y que, como una capa de mago, hace aparecer cosas, personas y, otras, te deslumbra con tus propios errores y prejuicios, esos que heredamos a nuestros hijos y tanto daño hacen. La palabra tiene que ver con un momento de abstracción total. Donde te olvidas de todos y, a la vez, describes lo que sientes, crees, dudas y temes. La escritura nos aísla del mundo para regresar a él.
Como muchas mujeres que hemos decidido tener hijos, al concebir, al dar a luz, necesitamos aislarnos para luego, ser de nuevo. En ese proceso, en el darnos y dar nuestro cuerpo a otro ser, y en el momento de alumbramiento, es cuando nos iniciamos en la separación que da y quita y, en la relación eterna: nuestra descendencia.
Comencé la escritura formal siendo madre y si pensara que sólo soy proveedora o madre cuando escribo, sería una escritura estéril. Escribo y me observo y observo. Cuando veo a mujeres con sus hijos en una lucha estoica para adaptarles el mundo, veo cómo se borran a sí mismas y les borran la posibilidad de ser. Donde muchos ven una determinada mujer hermosa, inevitablemente le noto sus pestañas postizas, sus implantes, sus extensiones de cabello. Todo para cumplir algo que se le dijo. Veo dolor no belleza. Noto cómo algunas van al gimnasio, tan maquilladas, que no dejan transpirar sus poros en aras de un rostro ‘perfecto’. Pero ¿qué es la perfección y por qué necesitamos lo artificial? La poesía surge por la aceptación de nuestro cuerpo.
Para hablar de una madre que escribe o ejecuta proyectos que nada se relacionan con el hogar y a la vez sí porque cuando hacemos cosas para nosotras mismas, esa energía y placer se lleva al hogar; me detengo en qué es lo que significa ser mujer para mis iguales: ¿trazar, apoyar, descubrir, concebir, libertad para amar? Lo que sí sé es que ser mujer es no ser un florero. Cuando le damos importancia a la palabra, a lo que decimos y nos hacemos responsables, la mujer y la madre que habitan un solo cuerpo avanza y crece. Por eso creo que la poesía es un ser poderoso y libre: surge sin permiso, como una mujer fértil que constantemente se cuestiona y reinventa y, por consiguiente, es.