Por Alex Campos
Hoy me siento muy cansada, mi energía ha caído en la reserva. Ha sido un día de esos en los que me pregunto si tomo las decisiones correctas criando a mis pequeños.
Hay días cómo este, en los que lo único que quiero es que llegue la noche, que termine el día y yo pueda acostarme, escuchar mis pensamientos, descansar el alma, convencerme de que no todos los días son así de pesados, recordarme que no hay manual en esto de la crianza, sólo estamos mi corazón y yo tratando de hacer nuestro mejor intento.
Hoy he regañado a mis pequeños más de lo normal, la ayuda en casa no llegó, había millones de cosas por hacer, los niños estaban más inquietos y traviesos de lo normal y yo he perdido la paciencia en más de una ocasión.
El cansancio me hace olvidar que un niño es un niño, correr, gritar, sacar todos los juguetes (que acabo de ordenar), pedir agua o leche todo el día y correr por toda la casa es parte de ser niño, claro los niños se comportan como niños, no como adultos y qué bueno.
Me siento y respiro profundo, necesito recordarme a mi misma que sólo es un día, que mis niños no serán niños siempre, que en un abrir y cerrar de ojos ellos harán todo por si mismos, que el recuerdo que yo siembre en sus primeros años les quedará por el resto de sus vidas.
Que no son pequeños adultitos jugando a ser niños así que no puedo esperar un comportamiento de adulto en ellos, si, así de lógico, pero tiendo a olvidarlo en los momentos en los que más cansada me siento.
Respiro profundo una vez más, los observo y no digo nada, sólo los veo, pues necesito recordar que mi amor por ellos es tan grande que quiero que recuerden su infancia como la etapa más feliz de sus vidas.
En mi corazón siento un pequeño piquete, como una punzada, pues aún faltan unas horas para que vayan a la cama y quiero borrar esos momentos en su corazón en los que mamá ha sido poco paciente y los ha regañado más de lo que los ha abrazado el día de hoy.
No pasan ni 5 minutos luego de que he regañado al mediano y él se acerca y me pregunta ¿Mami, ya estás feliz? Me ve con esos ojos grandes y me agarra la cara con esa sonrisa que desde pequeño es su mejor arma de convencimiento.
Ay Dios mío, qué nobleza de los niños, qué alma tan moldeable y cálida. No guardan rencor luego de un regaño, soy su amor más grande en estos primeros años y no quiero que eso cambie nunca.
“si mi amor, ya estoy feliz”. Y la verdad es que antes de ese momento que me ha devuelto el aliento sólo tenía ganas de llorar, de cansancio, de desesperación, que sé yo, de algo.
La grande se da cuenta que mamá le ha dado un abrazo al hermano y no puede evitar gritar cómo siempre. “¡Yo también mamá!”, y corre a abrazarme, exigiendo le de la tajada que le toca de atención y amor.
Y así callan a mi mente que ha estado dando vueltas y vueltas dándome preguntas de si soy buena mamá o no. Preguntándome si me dejarán de querer por cada regaño y si me recordarán también cuando juego con ellos, les hago un acto chistoso (para ellos soy la mejor cómica) en realidad soy pésima contando chistes.
Tal parece que a veces sólo debo picar al botón de pausa, correr y buscar el silencio, respirar profundo y despejar mi mente. Obligarme a hacer un reset, en esos días en los que la paciencia me queda mal y mi energía llega a su límite.
Ellos son lo más lindo de mi vida y no quiero dejar escapar ni un minuto de su infancia para dejarles mi mejor lado y me recuerden FELIZ, cómo diría mi niño.
A respirar profundo una y otra vez, que los años van corriendo como en una carrera y cuando menos lo esperemos, ellos estarán diciendo adiós tal vez con una maleta para emprender su propio viaje.