Bebés y mamás viajeras. ///// Tuve a mi hijo a los 35 años y estuvo bien porque era de las mujeres que pensaba que la maternidad me iba a llegar a los 40. La verdad, después pensé que debí de haber tenido a mi hijo en los 20, cuando fácilmente te puedes desvelar, malpasarte y tienes mucha más energía para cuidar a un bebé que cuando estás en los 35. Una vez, varios amigos platicábamos que la esperanza de vida del hombre primitivo eran los 30, en esa época ya eras un anciano canoso, sin dientes, ya te habías reproducido en la pubertad y tus hijos estaban en la juventud, te morías y habías alcanzado la mayor de todas las sabidurías que había que aprender en esa época pues formabas parte del “consejo de ancianos” de la tribu. Como la esperanza de vida aumentó en estos miles de años, en nuestra época a los 30 ya no puedes irte de parranda, las rodillas las tienes todas fregadas y ya no puedes cenar pesado porque no amaneces al día siguiente, es decir: empieza la decadencia, empieza la “vejentud”. De hecho a los 30 dejas de concursar en los premios estatales o nacionales de la juventud y a los 35 dejas de ser considerado un “joven artista” por el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Me dio mucha risa ver que en Perú, eufemísticamente a una oficina de gobierno donde atendían personas de “la tercera edad” le llamaban a esta etapa de la vida “la juventud prolongada”. A los 30 no empiezas a prolongar tu juventud y es difícil si durante la prolongación de tu juventud decides no postergar tu maternidad más.
Aunque hay muchas mujeres que son madres a los 40 o entrados en esa época y son felices. Lo más difícil de la maternidad para mí fue que ya no tenía la misma energía que 15 años antes: todo el puerperio y todavía hasta un año y medio después me sentí mareada y estuve anémica por amamantar. Aunque mi madre, quien es una mujer de 68 años, estuvo todo el tiempo conmigo y me ayudó muchísimo, cuando salí del parto al otro día les preguntaba a todo el mundo: “¿es que de verdad esto se siente como si un tren me hubiera pasado por encima?”. Una amiga, mamá de dos niños me respondió: “y espérate, que ese tren no se acaba, solo se le va a agregar más vagones”.
Postergué mucho mi maternidad porque la verdad a mí me gustaba mucho viajar y me la pasé viajando y estudiando. Sabía que con un bebé era difícil. Además por mis viajes no tenía solvencia económica para tener un dependiente. Pero me llegó la maternidad en un hermoso momento de mi vida y la verdad no me arrepiento. Además me di cuenta que iba a ser madre justo cuando tenía un mes de llegar a vivir a otro país en sudamérica. No me arrepiento de ser mamá. Aunque la maternidad ha sido algo que me ha sobrepasado, mi hijo es el mejor viaje de mi vida. Un viaje hacia el amor infinito y el autoconocimiento como persona; un viaje en el tiempo, en el donde el presente y el futuro es lo más importante.
Ahora me ha tocado viajar con mi bebé en vuelos internacionales. Para muchas personas viajar con niños es una pesadilla, porque muchos se la pasan llorando todo el vuelo. Me ha tocado ver padres desesperados que golpean a sus niños para que se callen, pero es que la verdad un niño por su misma naturaleza no puede estar tanto tiempo quieto en un solo lugar: debe de correr, saltar, brincar, jugar. Tenerlo en un avión por más de 8 horas es difícil para ellos como para los padres u otros pasajeros. He tenido suerte que mi hijo en todos los vuelos que tomamos ha sido tratado muy bien por el personal aéreo. Mi hijo es simpático y le gusta descubrir cosas, además nunca ha llorado en ningún vuelo. Toda la gente me dice cuando aterrizamos: “¡Pero qué bien se porta!” después de que al inicio cuando lo ven unas horas antes, al despegue, nos están haciendo caras de angustia porque creen que va a llorar todo el vuelo y no lo van a poder callar.
La primera vez que viajé hacia Europa con mi hijo, él tenía 6 meses. Cuando regresé a México él tenía 9 meses y hubo gente que se admiró de que cómo era posible que yo viajara sola con un bebé tan pequeño. Esta última vez que viajé, cuando mi hijo tenía un año y medio, hice escala en Estados Unidos, una vez más, para ir a París. Mi compañera de asiento me dijo que “cómo era valiente al viajar con un bebé tan pequeño por más de 8 horas un avión”. Es cansado, por el trayecto, las malpasadas, el cambio de horario; es difícil, pero sí se puede. No estamos solas y el ambiente del viaje mucha gente es solidaria: hay que pedir ayuda a los sobrecargos, a tus compañeros de asiento, etc. Al fin y al cabo dentro de un avión no hay forma que se roben al niño. Una mamá y un bebé siempre son vistos con ternura y simpatía en los viajes. Al menos esa ha sido mi experiencia.