Por Dona Wiseman
En días recientes he estado muy consciente de la necesidad que tenemos de desapegarnos de lo que no nos sirve. No hablo de ropa demás o de vaciar el cuarto de tiliches, aunque deshacernos de cosas que no nos sirven sería un buen ejercicio. Y mejor hablo en primera persona en vez de asemejarme a un predicador en un púlpito (que de todas maneras parezco de pronto).
Yo tengo la necesidad de desapegarme de lo que no me sirve y de lo que me hace daño, de lo que me causa dolor (de todo tipo). Lo difícil, creo, es darme cuenta de mis apegos. Vivo apegada a una identidad, a un sistema de creencias, a hábitos, a gustos, y a toda una lista de cosas que tienen como intención evitar otra cosa, que me parcializan y me limitan. Sí. Si insisto en ser inteligente siempre y únicamente, pierdo la oportunidad de ser tonta, ignorante. Si insisto en ser solamente honesta, no tendré la opción de mentir cuando eso es lo que toca (y por qué pensar que no toque). Si determino que siempre tengo que hacer todo bien, quizás me pierda de la posibilidad de rendirme, de decir, “No puedo”. Si solo acepto ser activa, la pasividad se convertirá en una prohibición. Si me exijo decir que sí a todo, no me permitiré decir que no cuando realmente no deseo algo, o no me conviene, o me hace daño; es más, es posible que pierda la conexión con lo que me lastima y me arme como una persona que se cree invencible. Si me defino como una mamá amorosa y entregada, es probable que se me olvide que soy además una mujer que necesita cuidados, tiempo y amor. Si soy de las personas que declara que siempre da y rara vez recibe, me estoy mintiendo. Sí, porque si no sé recibir tampoco sé dar.
Es incómodo decir no cuando acostumbro decir que sí. Es incómodo decir que no sé cuándo tantas personas comienzan las preguntas que me hacen diciendo, “Tú que todo lo sabes…”. No es grato sentir que no cumpliré con una fecha de entrega cuando se me conoce como una persona que no solo cumple sino que entrega anticipado. No es cómodo escuchar, “Yo pensé que tú…”. Es vergonzoso pensar que no logro decir que no de manera honesta y a veces debo mentir y justificarme y hacer excusas. Si no me he dado a la tarea de mirar lo que yo necesito, es posible que me engañe, pensando que no necesito nada de parte de otros. Si me apego a la perfección me provocaré mucha frustración cuando vez tras vez compruebo que no es posible ser perfecta. Si creo que debo resolver todo, lo mío y lo ajeno, igualmente me perderé la oportunidad de reconocer que hay alguien que tiene más aptitud que yo para resolver ciertos asuntos, incluyendo míos. Si me considero amorosa únicamente, me parcializo y no tendré la opción de definir lo que realmente es el amor. Me quedaré en mi definición imperfecta de amor, considerándome superior al amor mismo.
En estos días, quizás más que antes, estoy muy en contacto con el hecho de que no soy la colección de características con las que me defino. Es más, no soy ninguna colección de características. Al final, no soy mucho, o no soy nada, y así soy todo y me disipo en un espacio sin nombrar. Un hombre sabio me dijo una vez, “En el momento en que nombramos algo lo limitamos y lo destruimos.” Todo es tanto más allá de lo que podemos nombrar. Yo soy más y menos de lo que puedo nombrar. Así sea.