Por Cristina Daza Bucholz
“Cada quien tiene el parto que se merece”, esta frase retumba en mi cabeza desde la primera vez que la oí al iniciar la especialidad en educación perinatal. Recuerdo que no pude evitar sentirme contrariada, hasta un poco ofendida, porque luego de escuchar muchas historias y haber vivido una, en las que tuvimos nacimientos muy diferentes a los que nos imaginábamos no podía aceptar que todo el peso recayera sobre la mamá.
Pero me marcó esa frase, pienso yo que para bien porque me ha obligado a reflexionar y hacer introspección durante ya varios años. Principalmente para darme cuenta de que somos adultos y como tal, tenemos que asumir responsabilidades. Si por cada acción hay una reacción, ¿qué hacemos para que estas reacciones vayan acorde a nuestros deseos? Tomando en cuenta que durante toda nuestra vida estamos tomando decisiones como qué vamos a estudiar, con quién nos vamos a casar, cuándo vamos a tener hijos, dónde vamos a vivir, dónde vamos a trabajar, dónde va a nacer nuestro bebé, quién lo va a traer al mundo, cómo va a ser su nacimiento, etc.
Entonces, ¿por qué el nacimiento de nuestros hijos, que debería ser el momento más hermoso de nuestra vida, está influenciado, y muchas veces dictado, por personas externas a los principales involucrados? Léase, mamá y papá. De aquí podemos reducirlo al menos a 2 puntos para que no se convierta en una disertación: el primero en el que si queremos ser partícipes y responsables del desenlace y en el segundo no asumimos – completa – responsabilidad y lo dejamos en manos del médico y/o de lo que la familia y amigos que nos dicen que es lo mejor para nosotras.
Sin olvidar que en el nacimiento de cada bebé hay mínimo 2 protagonistas, la mamá y el bebé y el papá es quien apoya. Ella, quien gesta, debería decidir la manera en que va a llegar el bebé a este mundo con la asistencia de su pareja. Formando un equipo dónde las partes estén claras, conscientes y por sobretodo en acuerdo de lo que quiere el otro y solventando las diferencias, previa la llegada del bebé para poder ser frente unido y así aliarse con el ginecólogo al manifestarle sus deseos y tener el nacimiento que desean.
Pero muchas veces nos deslumbramos por la ropita, la cuna, acomodar el cuarto, el baby shower y olvidamos que si bien tiene su importancia y es un ritual de paso también parte de hacer nido o de tener un embarazo consciente, es tomar decisiones sobre lo que no se ve: ¿será parto vaginal o cesárea? ¿corte tardío de cordón? ¿encapsularemos la placenta? ¿lactancia materna? ¿alojamiento conjunto? ¿hora sagrada? ¿colecharemos? ¿portearemos? ¿vacunaremos? Si es niño, ¿le haremos la circunsición? Si es niña ¿le colocaremos zarcillos? ¿cómo vamos a vivir el puerperio? En fin, ¿cómo vamos a criar a este niño?
Y si, hay muchas cosas que se pueden repensar, corregir y tomar decisiones a lo largo del camino de la mapaternidad pero aunque el embarazo son 40 semanas (como mínimo) y parezca mucho llega un punto que el tiempo se viene encima y si bien nunca es tarde para tener el nacimiento que queremos a veces la desinformación, el cansancio y/o la presión exterior que aviva nuestros miedos, sobre todo para las primerizas, hace que tomemos decisiones que luego deseamos no haber tomado.
Entonces, sí, muchas veces tenemos el parto que nos merecemos; o mejor dicho, el parto para el que nos preparamos en ese momento. Entendiendo que no es una frase que viene desde el castigo, sino que en nuestra ignorancia tomamos decisiones con el conocimiento y la conciencia que tenemos en esa ocasión y a veces los consejos que nos dieron, el libro que nos leímos o el curso prenatal que tomamos no es suficiente.
Por otro lado no todo es blanco y negro, definitivamente hay muchos grises ¡pero quien va a parir eres tú! Entonces, no te quedes solo con los consejos e historias que te impartan y busca información, dialoga con tu pareja, con tu médico y por sobre todas las cosas dialoga contigo misma para que al decidirte por un parto vaginal o cesárea, sea porque así lo deseas y porque así lo decides. Eso es un parto respetado, en el que se respetan los deseos de la madre, sean los que sean.
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