Por Elena Hernández
Empiezan las posadas y con ellas la corredera de tienda en tienda buscando los regalos del intercambio, el de las amigas, el de la familia, el de las mamás de la escuela, el de los compañeros del salón de los hijos, el de los compadres, el de la empresa, el del gimnasio, el de las primas; y con lista en mano para que no se me confundan y de una vez aprovecho con el tiempo encima para buscar los regalos de Santa, diría mi madre “pura gastadera”.
Y el tiempo infinito que no se detiene una y otra vez, año con año, posada con posada, Navidad con Navidad. Amigos van, amigos vienen, familia que ya no está, familia que se integra, entre el muerto, el divorciado y el nuevo bebé se acumulan los regalos, siempre son más que menos, y supongo que esto es bueno porque me da la sensación de crecimiento y de alegría multiplicada por cada persona que tenemos cerca y que apreciamos, y a quién deseamos mostrar con algún detalle nuestro cariño. Pero, realmente ¿es así? No lo creo. Es decir, ¿qué significa regalar?, ¿para qué lo hacemos?, ¿por qué?
Bien, regalar es, según la Real Academia Española: dar a alguien, sin recibir nada a cambio, algo en muestra de afecto o consideración o por otro motivo. Resalto: SIN RECIBIR NADA A CAMBIO. Entonces, ¿qué rayos es un “INTERCAMBIO” ? Obligamos a alguien a regalarnos algo que estoy segura la mayoría no tendría la intención ni las ganas de hacerlo, y no suficiente con eso, ¡¡le ponemos el precio!!, para que sea parejo, porque obviamente esa persona que no te iba a regalar nada, y ahora que entró al intercambio y sacó tu nombre en el papelito, lo más probable es que ni te conoce muy bien, ni sabe tus gustos, ni lo que necesitas y mucho menos le interesa quedar bien contigo, así que para evitar que recibas el regalo “pedorro” de $100, que por obligación y con desdén te TUVO que dar, todos acordaron que el costo del regalo debía ser de $300, o de $500 o de $800 o sabrá Dios, dependiendo del estrato o del “caché” o cachet (en français si vous préférez) de cada círculo social.
No me malinterpreten, aunque suelo ser ermitaña, me gusta la convivencia, pero le pierdo el gusto a estas reuniones con carácter de obligatorias, con regalos forzados, sin un verdadero sentido del “dar”. Nos hemos vuelto eso, nos engañamos a nosotros mismos y creemos que regalamos nuestra alegría, pero estamos en la fiesta metidos en el celular, creemos que entregamos nuestro tiempo y presencia, pero compartimos sólo 15 minutos porque tenemos que “cumplir” con otros 3 compromisos ese mismo día. Creemos que regalamos todo nuestro afecto en esa bolsa o en esa caja envuelta para regalo con los $500 dentro, y no es así. Realmente no estamos presentes.
Habremos de replantearnos todo esto antes de levantar la mano con el siguiente intercambio en el que seguramente te va a tocar aquel primo que vive en Guanajuato y viene muy de vez en cuando, con el que no cruzas palabra alguna, del que no sabes nada de su vida y al que probablemente no verás hasta dentro de 4 navidades más. Seamos conscientes de que el mejor regalo, es el que haces pensando en ese ser querido, es tal vez tu tiempo, tu verdadera presencia, tu interés sincero, un abrazo, un beso, todo lo que ni $500, ni $800 pueden comprar, todo lo que no cabe en una caja, ni en una bolsa, ni en un sobre. ¡Feliz Navidad!