Por Dona Wiseman
Nadie más puede medir lo que me ha costado la vida, porque esta vida, la mía, ésta vida específica, la he vivido solamente yo. Sé cuándo y cómo me pongo nerviosa e insegura, lo que me da miedo y lo que me causa estrés. Conozco mis esfuerzos y sé lo que significan, si me atoran o me aterran. Sé si di el 100%, o si solo di lo que se requería, o ni eso. Eso es mentira. En muchas cosas apenas estoy conociendo mis opciones y posibilidades. Reconozco lo que es de valor para mí, lo que necesito y lo que deseo. Veo el valor de la vida a través de las facturas que he pagado para llegar a donde estoy. Han sido altas, y así sé que la vida vale mucho. Solo yo sé si esto o aquello vale la inversión que implica, y si tengo con qué entrarle. Yo, y solo yo, sé de mis dolores, tristezas, placeres y alegrías. Nadie más puede determinar lo que es suficiente o no para mí. Conozco la manera en que me afecta lo que sucede a mi alrededor: La muerte de un ser querido, el triunfo de un hijo, la dificultad de un amigo, una amistad perdida, un fracaso profesional, la crítica justa o injusta. No reconozco aún todos mis recursos, pero sí sé que a veces no quiero invertirlos completamente. Yo soy quien administra esos recursos. Sé que no estoy aquí para conformarme a lo que los demás piensan (o saben) que yo puedo hacer. La frase tú deberías siempre me llevará a la decisión de hacer justo lo contrario, o nada. Estoy segura de que solo yo sé lo vulnerable que soy y expuesta que estoy en momentos, y solo yo sé cómo sostenerme.
Estoy sola. Y así está bien.