Por Blanca Garza y Vero Barreda
Desde el principio de los tiempos las madres han tenido que levantarse, lidiar con los temas de sus hijos, asuntos financieros, educacionales, de salud… y la lista sigue y sigue.
La maternidad y paternidad son cosas maravillosas, pero no es todo miel sobre hojuelas y saltar felizmente por las praderas tomados de la mano. Es algo realmente difícil. Es algo que no creemos que nos llevará al límite y sin embargo lo hace.
Hace apenas unos días uno de mis hijos fue diagnosticados con influenza, ¡sí! Yo también apenas lo podía creer… ¿está seguro doctor? Y su respuesta fue determinante: no lo digo yo, lo dice el examen. Pasadas las 48 horas Luciana, la hija menor, comenzó con síntomas y en un instante presentaba mucho dolor y fiebre, los resultados lo confirmaban, presenta influenza. ¿Pero cómo es posible que hayan viajado fuera del país sin vacunarse? Era la pregunta del doctor ya que ambos pasaron las vacaciones navideñas fuera de casa. La respuesta fue que entre tanto algarabío y emoción por los preparativos nunca pasó por mi cabeza si necesitaban algunas vacunas, mucho menos la de la influenza.
Y el resultado fue agotador, si yo trataba de estar en la planta baja de la casa, al minuto recibía mensajes por el celular con frases como: no puedo más, me estoy muriendo, tú no me comprendes, me siento muy raro, etc. Mensajes que no me permitían concentrarme y por lo tanto era mejor no moverme de casa. Intentar darle a Luciana algo de comer era en vano, inmediatamente vomitaba, la fiebre le aparecía cada 3 o 4 horas y la respuesta del doctor no era más que pedirnos paciencia para que el medicamento pudiera hacer efecto.
Yo me sentí agotada desde las primeras 12 horas, no había pegado el ojo, no veía nada de mejoría y no podía estar más de una hora seguida sin correr al baño a pasar papel y detenerle el cabello mientras veía que ya no había nada más que devolver más que los jugos gástricos. Incluso creí que la siguiente sería yo ya que mi cansancio crecía y crecía con el paso de las horas. Comenzó a acompañarme un dolor de cabeza y una preocupación permanente. Sin embargo, me detuve y pensé en todas aquellas madres que tienen no uno, ni dos, ni cuatro días cuidando amorosamente a su hijo/a enferm@, sino que tienen meses, años o incluso décadas al lado de ellos.
Hoy queremos con todo nuestro amor reconocerlas a todas ellas. Recordarles lo valientes que son cuando aún y a pesar de aquellos diagnósticos devastadores, ustedes eligen la VIDA y hacen todo por cuidarla. Porque no abandonan la esperanza, y si lo hacen, saben que pasarán solo unas horas para recuperarla. Porque permiten a personas cercanas y lejanas convertirse en ángeles. Por que nos enseñan a todos nosotros que la vida es HOY y debemos vivirla.
Gracias por que aún sonríen, porque son fuertes. Porque buscan y encuentran la felicidad. Porque si es necesario se mudan, cambian de trabajo, están al pendiente del resto de la familia y lo más importante, porque ustedes NO se rinden. Gracias por guardar tantas anécdotas junto a sus hij@s, tantas sonrisas, cada día de vida.
Queridas madres que tienen a tu hijo/hija enfermo en casa o en un hospital, hoy te abrazamos en la distancia. Hoy te felicitamos. Hoy te sujetamos para que te derrumbes y te invitamos a que llores…pero sobre todo HOY te invitamos a que sonrías. Porque cada día se suma, y hoy cumples un día más eligiendo vivir.
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Son mis idolas, las admiro por quien son y lo que hacen por los demas