Por Dona Wiseman
Si mis palabras fueran visibles al ojo humano serían motitas de vapor que se esfuman en el aire como la voz de este pájaro, o carámbanos duros y puntiagudos que cuelgan de los techos en el invierno. Serían dardos que se clavarían en su blanco, más o menos cerca del corazón. Existe la posibilidad de que fueran llamas lanzadas en busca de incendiar, o chorros de agua destinados a apagar un fuego. Se parecerían a las olas que están dibujadas en los glifos mayas, o las flechas del ciclo de la comunicación que aprendimos en la escuela. En un momento preciso se convertirían en armas mortales o bálsamos sanadores.
Si nuestros ojos pudieran ver mis palabras, éstas serían lanzas, llamas, piedras, ladrillos, mosaicos o barro. Se les vería escurrir miel o deslizarse en la brisa. Acaso tomarían forma de hojas que caen en otoño, o lluvia torrencial de primavera. Se formarían en torno a mí como muro de contención, o serían la única puerta de entrada a mi vida. Existirían en el movimiento del tiempo, manecillas de reloj y granos de arena.
Nuestros ojos humanos sí pueden ver mis palabras. Aquí están:
Si mis palabras fueran
lanzas llamas piedras
descargaría con ellas
la rabia y el dolor
que golpean en mi vientre
y atormentan mi quietud,
para evitar que una vez más
en un futuro
seguramente cercano
otras manos invadan
el santuario de mi paz
conquistado a pulso tembloroso.
Pero mis palabras son
Ladrillos mosaicos barro
y construirán una fortaleza
sostén de mi espacio sagrado
impermeable a la invasión
que perturba la mente y el corazón.