Por Clara Zapata Tarrés
Haré una serie de textos que se refieren a varios mitos en relación con la lactancia. Los mitos son creencias, herencias culturales e historias familiares que todos tenemos en nuestras comunidades. Seguramente has escuchado muchos y crees otros pocos o bastantes. Iremos comentando algunos en varios textos de NES. Estas palabras que hilaremos aquí, contienen información relativa a estas creencias y pretenden darte la orientación y las opciones para que tú, con tu libertad en la mano, puedas decidir. Hay unos que creemos que son LA verdad, otros que nos parecerán locos. Lo cierto es que en ocasiones hay creencias, historias, herencias culturales que pueden ser muy positivas en la crianza de nuestros bebés y otras que podemos tomar para reflexionar e incluso cuestionar.
Uno de los mitos más recurrentes y comunes tiene que ver con la creencia de que NO tenemos suficiente leche para alimentar a nuestros bebés. En el 2012, dentro de la Encuesta Nacional de Salud, los resultados de los índices de lactancia exclusiva en México fueron catastróficos. Solamente el 14% de las madres lograban una lactancia exclusiva. En una encuesta nacional posterior subieron un poco estos índices pero aún falta mucho para afirmar que somos un país que protege la salud de sus bebés recién nacidos. Una de las preguntas que se realizaron en este contexto y para averiguar qué sucedía fue: ¿Cuáles fueron tus motivos para no amamantar a tu bebé? Y la respuesta más frecuente, con el casi 40%, fue “Porque no tuve leche”. La gran pregunta que surge ante esta afirmación es: ¿Las mujeres mexicanas no tienen leche? Y es justo aquí que viene el mito o la creencia a esclarecernos el panorama. Ese casi 40% cree que no tienen leche. No es que no la produzcan pues el otro 60% sí produce y alcanza a cubrir las necesidades que tienen sus recién nacidos. Y en consecuencia, nos sale otra pregunta a abrir los ojos y a tratar de esclarecer porqué creemos lo que creemos.
Viajando al pasado, podemos observar que hace muchos años que las mujeres mexicanas dejaron de amamantar exclusivamente a sus bebés los primeros seis meses de vida por diversas razones. ¿Qué sucedió en nuestro entorno? Crecimos todos con imágenes de bebés tomando fórmula y es lo que comenzamos a aprender, a aprehender y a practicar. En este sentido, existen muchas cosas que aprendemos así, viendo. Por ejemplo, aprendemos a relacionarnos con otras personas, sintiendo, observando y muchas veces imitando a las personas que están a nuestro alrededor. Esto no quiere decir que así lo hagamos toda la vida, pero así lo absorbemos, lo interiorizamos y lo llevamos a la práctica. Así también, aprendemos a comer, a bailar, a usar los recursos que tenemos a la mano y lo cultivamos muy bien. Así, asimilamos cómo nace un bebé, cómo se alimenta, en qué posiciones, cada cuántas horas, con reloj en mano, etc. Entonces, si nunca o casi nunca hemos observado cómo se amamanta a un bebé, cómo se pone al pecho, cómo se agarra, cómo se carga, cuánto tiempo se queda en el pecho, aprenderlo se vuelve más complejo.
Por otro lado, si nos topamos con un médico que recibió unas cuantas sesiones de la materia optativa de lactancia en su carrera y muchas más sobre cómo se prepara un biberón de fórmula, la cantidad de cucharadas y de agua en proporciones, sobre los tiempos que hay que dedicarle a que se terminen ciertas onzas de este sucedáneo de leche y sobre la espera entre cada una de las tomas; sin duda que las instrucciones se darán conforme a lo que ellos observaron y se instruyeron.
Más encima, nos encontramos con nuestro núcleo más cercano que quizás amamantó pero recibió una mescolanza de información y tiene ideas preconcebidas que afirman que no se puede embracilar a los bebés, que se tienen que desarrollar sus pulmones llorando, que ese bebé no se llena porque pide muy seguido, que está muy mal que lo carguen y otros cientos de creencias heredadas. Y podríamos continuar con una lista casi infinita de mitos relacionados con el “No tuve leche”.
Al mirar con un poco de paciencia y con una lupa algunas veces estas creencias, ¿qué es lo que percibimos? ¿Cómo se mira a los niños? Pareciera que son unos devoradores, que sus necesidades son infinitas, que piden demasiado, que sus deseos son incontrolables… ¿Así son los niños?
¿Qué hacer? Afortunadamente hoy contamos con mucha información que nos puede ayudar a recrear, reflexionar, cambiar y redireccionar nuestras propias creencias. ¿Por qué entonces mejor, no encontrar y buscar personas que nos digan y comprueben con su experiencia y su práctica que amamantar es un aprendizaje, que en general nuestro instinto, por llevar de acompañante a la cultura, está dormido y hay que despertarlo? ¿Por qué no creer que cargar a un recién nacido y darle leche materna a libre demanda sería una de las opciones correctas? ¿Por qué no creer que los bebés humanos son los únicos mamíferos que necesitan estar cerca de su madre y permanecer ahí varios meses porque son completamente indefensos? ¿Por qué querer desde el nacimiento separarnos de ese ser que acompañaremos gran parte de su vida en algunas etapas de aprendizaje sobre lo que es la vida? ¿No será maravilloso descubrir el placer de amamantar a libre demanda, tirando los relojes simbólicamente a la basura?
Cuando descubramos las respuestas a todas estas preguntas tal vez, logremos modificar estas prácticas de crianza que tan arraigadas están en nuestra cultura y en consecuencia, tomemos la decisión de criar despacio, de respetar las necesidades de nuestro bebé, recuperando nuestro instinto mamífero y viendo a los niños con otros ojos.
A mayor succión, mayor producción. A mayor contacto, mayor instinto. La producción de leche materna es mágica dirán algunos, pero requiere de cambios profundos en cómo percibimos todo lo que está a su alrededor.
https://ensanut.insp.mx/doctos/analiticos/DeterioroPracLactancia.pdf