Por Laura Prieto
Un tatuaje es una herida, el proceso implica agujas y sangre, se cuida como un pequeño raspón, es un dolor que elegimos soportar. Existen otro tipo de heridas, que no se ven, que llevamos por dentro y que a veces, un tatuaje nos ayuda a curar.
Los seres humanos tenemos rituales, procesos arraigados en la mente, desde niños nos enseñan de rutinas, de empezar y terminar tareas, ciclos escolares, incluso los festejos de cumpleaños tienen un orden. Con el tiempo, cuando vamos creciendo nos damos cuenta que funcionar con rutinas y procesos está bien. Pero ¿cómo se puede manejar el final de algo que no estamos acostumbrados a ver que puede acabar? Por ejemplo, un matrimonio, una relación, esos complicados cambios que trae la vida y que no estamos preparados para manejar, porque nadie empieza algo esperando que termine mal, entonces, como proceso o ritual, hay quien se corta el cabello, algunos cambian de trabajo o de ciudad, pero también algunos eligen tatuarse, para así, precisar ese cambio de su vida, “tatuarse para sanar heridas”, frase hermosa y acertada dicha por una clienta mientras le hacía su tatuaje de sanación.
Podemos ver el tatuaje como el fin o inicio de un ciclo, todo depende del cristal con que se mire, sentir que es un impulso para aceptar el cambio y seguir adelante, saber qué tal vez la vida deja experiencias dolorosas y que se pueden superar, entonces, sentir la adrenalina que provoca el tatuaje, es una pequeña recompensa que nos recuerda la vida sigue y que estamos aquí, bendecidos y somos capaces de sentir.
No estás sola.