Por Liliana Contreras Reyes
Cuando pienso en el tema de la legalización del aborto, me acuerdo de una entrevista que vi hace años en la que le preguntaban a Marilyn Manson si no sentía culpa de que los jóvenes, influenciados por su música, usaran armas dentro de una escuela, en Estados Unidos. El artista les respondió de forma simple e inteligente: ¿por qué creen que mi música tenga más influencia que sus padres?
Lo mismo pienso cuando escucho hablar de las leyes antidiscriminatorias. ¿Por qué necesitamos una ley que nos diga que debemos ser tolerantes hacia las poblaciones vulnerables? ¿Por qué la influencia externa le gana a la educación que recibimos de nuestros padres? Es algo que debiera darse por sí mismo, aunque no existiera una ley que nos persiga para cumplirlo.
A pesar de ello, existen leyes como la ley para la protección de personas con autismo, la cual, muchas veces, pasamos por alto. Los derechos de básicos (y extendidos) de los niños. La ley que descriminalice el aborto podría estar ahí, pero está en nosotros su uso. ¿Por qué no confiamos en la educación que damos a nuestros hijos en casa, para que decidan lo mejor?
Datos (Guttmacher, 2008):
*En América Latina, la proporción de abortos es de 31 por cada 1000 mujeres.
*En la Ciudad de México, es ligeramente superior, reportándose 33 abortos por cada 1000 mujeres, mientras que, a nivel nacional, se reportan 44 abortos por cada mil mujeres.
*Aproximadamente, el 5 por ciento de estas mujeres son hospitalizadas por complicaciones postparto.
*En todos los estados de nuestro país, el aborto es legal cuando es producto de una violación; en 29 estados, cuando la vida de la mujer está en riesgo; en 13, cuando existen malformaciones; en 11, cuando es producto de una inseminación artificial no consentida y, en Yucatán, por razones económicas.
De acuerdo con el INEGI, en 2015, había en nuestro país casi 30 millones de mujeres entre los 15 y 45 años de edad (edad reproductiva). Si calculamos la proporción de abortos , esto implicaría que cerca de 1 millón 320 mil mujeres serían sometidas a un aborto y que, de ellas, 66 mil serían hospitalizadas por complicaciones en el procedimiento. Es decir, 1 millón 320 niños no nacidos y 66 mil mujeres en riesgo de perder la vida.
Soy parcial: yo elijo la vida (de la mamá y del bebé).
Soy mujer y creo con firmeza que necesitamos mejorar nuestros derechos. Soy mujer y me gusta el color rosa, tanto como el azul o el morado. Soy mujer y me gusta cocinar, pero sé que, si mi esposo cocina, no pasa nada. Soy una mujer que trabaja y que puede usar un desarmador, que prefiere los pantalones y que desea con todas sus fuerzas que tengamos los mismos beneficios laborales que los hombres. Soy mujer y me conmueve la vida de 1 millón 320 mil de niños y 66 mil mujeres.
En lo personal, no es cuestión de que exista una ley que permita o no el aborto. Es una cuestión relacionada con la educación sexual y reproductiva y, sobre todo, con el amor por la vida (la propia o la del bebé).
El hecho de ser mujer no me hace estar a favor o en contra de las mujeres que promueven la ley de legalización del aborto, pero sí me obliga a intentar comprender el contexto de cada una de ellas.
De ahí que nace el dilema.
Decidir en pro del aborto, puede estar relacionado con el bienestar físico y emocional de una mujer. Desconocemos las circunstancias. Podría suponer o imaginar la desesperación, la culpa y el dolor que pueden acompañarlo. Si separamos a una mujer de ese millón de mujeres que abortan cada año, nos encontraremos con una historia que requiere ser escuchada, que surge en un contexto particular y que se combinan con un conjunto de rasgos que confluyen sólo en ella.
Hace años, cuando estaba en la Universidad, una amiga cercana decidió abortar. La razón fue el uso de drogas por parte de su novio, lo que era un riesgo para el bebé (y para ella). Si la traemos a la polémica actual, nos preguntaremos por su educación, su familia, sus valores, dejando de lado la implicación del novio en esta decisión. Fue él quien sugirió el aborto, fueron sus padres quienes lo pagaron y los llevaron con un médico para que lo hiciera.
Hasta hoy, casi 16 años después no ha tenido hijos, por el conflicto interno y emocional de esa decisión. Podemos asumir que quien aborta lo hace sin la conciencia plena, pero no es así. Las consecuencias vienen decidamos lo que decidamos.
El aborto, al igual que el inscribir a un niño con autismo a una escuela regular o especial, es una decisión que solo se puede tomar desde una perspectiva personal y única. No importan las leyes. Ahí están las estadísticas que nos dicen qué tantas mujeres se someten a un procedimiento de este tipo.
Como lo mencioné en la primera parte de este artículo, cualquier decisión basada en el amor, seguro será la mejor decisión. Pero, si decidimos por coerción o como un modo de demostrar nuestros derechos, entonces, debemos prestar más atención a lo que dijo Marilyn Manson y preguntarnos: ¿por qué la influencia externa es mayor que el sentido de conservación de la vida?
Como en casi todo, la respuesta ideal está en la profilaxis, la prevención.