Por Blanca Garza y Vero Barreda
Hola, queridas y queridos lectores. En esta ocasión les compartimos una reflexión de nuestra querida escritora María Treviño, joven saltillense estudiante de Literatura en la Universidad de Navarra en España.
Cuando se habla de parejas, comúnmente se habla de “dos”; es lo más lógico: el mismo término “pareja” hace alusión a ello, igual que las frases “es cosa de dos”, “se resuelve entre los dos”, “somos los dos”, entre otros ejemplos. La afinidad planteada puede llegar a ser tanta, que de a poco borra la delgada línea entre una persona y otra, dejando de ser físicamente el “uno más uno” y convirtiéndose espiritualmente en ese “dos” o incluso ese “uno sólo” que se anhela tanto. Hasta aquí, todo es belleza y maravilla; sin embargo, si se pierde de vista en el proceso que cada quien comienza siendo “uno” –y que ese “uno” ya existía, ya amaba y ya vivía–, entonces surge la normalizada idea de confundir el “ser con el otro” a “ser por el otro”, rompiendo con el ideal desde antes de haberlo alcanzado. Quizá, hasta cierto punto, tiene que primar lo individual para buscar cualquier otro estado o cualquier otra cosa; ya saben, para no complicarnos la existencia.
Personalmente, no comparto la idea de que exista esa “media naranja” o que solamente vengamos al mundo para “encontrar a alguien más”. Usted y yo sabemos que en la vida hay muchas, muchas más formas de alcanzar lo que llamamos “felicidad” (que, ya que se menciona, debería ser entendida no como un destino a llegar, sino como un camino a disfrutar.) Se nos regala un cuerpo y una circunstancia para tratar de explotar lo más posible su potencial; y, aunque sé que cada uno lleva una vida distinta, con sus altas y sus bajas, un pequeño hueco de luz está siempre brillando cerca. Me rehúso a pensar que hay quien está “destinado” a sufrir en la vida, pues incluso en los rincones más necesitados donde las personas han sido víctimas reales del sufrimiento, se sabe apreciar el detalle de estar vivo y de valorar lo que se tiene, ya sea poco, sea mucho o sea únicamente la vida como tal, que me parece que rinde y sobra. A lo que me refiero, en otras palabras, es que la meta a cumplir o la felicidad en sí misma no se encuentra en otra persona; los seres con los que nos cruzamos son parte de lo que ya nos regala el vivir aquí-ahora, benditas “coincidencias”, y contribuyen tanto a nuestro crecimiento como a nuestra capacidad inmensa de amarnos y de amar.
Cuestión de matemáticas: el “dos” no existe por sí sólo. Para que exista un “dos”, debe haber inevitable y afortunadamente dos números “uno”. El “dos” nace del “uno más uno”.