Por Karla Sotelo
-La única real posesión es la propia existencia-
Viktor Frankl
Estuve dándole muchas vueltas sobre que podía escribir acerca de la libertad… hay palabras que te hacen vibrar, que resuenas con ellas, las escuchas y sientes algo que te eriza la piel, palabras como: unión, madre, fuerza, amor, libertad… No se ustedes, pero he escuchado la rolita de libre soy unas 200 veces, bajita la mano, y cada vez que escucho el coro, se me sale una lagrimilla de emoción, y no es por que sea fan de Frozen. será por que son conceptos que se forman no solo en el cerebro, sino surgen desde lo más profundo de nuestras entrañas, que si faltan o se relegan hay una sensación de vacío, de carencia, de separación, de dolor.
Y hoy precisamente quiero hablar de lo peligroso que es perder la libertad, o más bien cederla, y no me refiero a la libertad física, me refiero a la mental y emocional. la cual negamos, muchas veces sin darnos cuenta y se la entregamos a otros por comodidad, miedo o falta de amor propio, diluyéndonos en la cotidianeidad de ser quien los demás esperan que seamos: buena madre, buena hija, buena compañera, buena, buenita o buenota.
El caso es que cedemos la libertad de ser quien sentimos o queremos ser, postergando decisiones, proyectos, amores, sueños. No siendo.
Si como dice Viktor Frankl:
Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias- para decidir su propio camino.
Entonces sería maravilloso hacer consciencia y uso de ese libre albedrío, sin culpas, disfrutar de esa libertad de trazar el propio camino, desde el: hoy no voy al juevesitos por que quiero ver Netflix, hasta no me apetece casarme, o: sí, estudié medicina pero ahora quiero estar con mi familia, o gracias mamá, pero yo educo a mis hijos de otra manera.
Parece que no es tan grave, pero el peligro de no hacer uso de esa libertad es no ser, y como Elsa de Arendelle, congelar el corazón, el propio y el de extraños.
Esta para pensarle… ¿Qué tanto cedo mi libertad?
Y hoy para hacerle honor al concepto del mes, me daré el permiso de no compartir una receta de pan, si no de Ghee.
El Ghee es la mantequilla clarificada, a la cual le quitamos los solidos de la leche: la caseína, la lactosa y el agua, quedando solamente la grasa, que es de la buena y ayuda a asimilar mejor vitaminas y minerales de otros alimentos, tiene muchísimos beneficios. Aquí les dejo un enlace por si quieren saber más 😉 https://www.superalimentos.es/ghee/
Hacer Ghee en casa es de lo más fácil.
Necesitamos:
- 500 gr de Mantequilla sin sal
- una olla de fondo grueso
- cuchara de madera
- frasco de vidrio esterilizado
- plato para los residuos.
PASOS:
- Colocamos la mantequilla en el recipiente a fuego bajo
- Esperamos a que se derrita y empiece a salir una espuma blanca
- Con la cuchara de madera vamos retirando poco a poco a medida que vaya saliendo más de esa espuma y la ponemos en un plato para luego desecharla (¡a la basura no al fregadero!)
- Cuando se retira toda esa espuma blanca (caseína y lactosa) empieza a salir una espuma más clara y fina, la cual también hay que retirar.
- Poco a poco va cambiando de color a un dorado claro y el aroma también cambia, se irán dando cuenta, es riquísimo!
- Justo cuando la espuma clara deja de salir y se empiezan a formar asientos apagamos el fuego y dejamos reposar un poquito, aquí hay que estar muy atentos para que los asientos no se empiecen a quemar y se arruine el ghee.
- Con un cedazo muy fino o una tela para colar lo vertemos en los recipientes de vidrio y dejamos enfriar.
- Puede estar a temperatura ambiente o en refrigerador, dura unos tres meses, pero te aseguro que te la acabas antes!
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Hermosa mi panadera