Por Dona Wiseman
Este fin de semana hice limpieza de mi patio. Dos años de restos de hojas y pimientas caídas del pirul cubrían las jardineras y formaban una capa de unos tres centímetros, tapando las pencas inferiores de los aún pequeños magueyes plantados hace tiempo. Las piedras que usé originalmente para marcar la orilla de las jardineras se encontraban regadas y fuera de lugar, semi-tapadas por la misma combinación de material orgánica entrelazada, desafortunadamente, con una que otra ficha metálica que comenzó su vida como tapa de cerveza y una que otra colilla de cigarro, cosas que se escaparon de las barridas periódicas, quizás a veces no tan eficientes como deberían ser. Aún no he limpiado el jardín de la entrada de mi casa ni las jardineras que se encuentran entre la banqueta y la calle a lo largo de los 38 metros de frente y lado que tiene mi casa. Sí limpié la terraza, donde había escombro vegetal dentro del tubo de recolección de agua de lluvia, no tanto como yo pensé que había, pero suficiente para requerir atención.
Así es el trabajo y el proceso de autoconocimiento y autoconciencia. Escombramos al principio en lo evidente de nuestra personalidad/carácter/ego. Trabajamos las insatisfacciones evidentes, y poco a poco vamos profundizamos en lo que está abajo, tapado por lo dispuesto casi en la superficie. Llegamos a una cita terapéutica enojadas con el jefe, con la mamá, con la pareja, con el hermano o con la sociedad en general. De allí vamos desglosando las emociones y las fijaciones que residen dentro de nosotras, un poco más abajo. Llegamos a la cita con lo que estamos dispuestas en ese momento a mirar, a comentar y a trabajar. Luego vemos con frecuencia que lo obvio no es lo que realmente nos tiene insatisfechas. Por debajo de nuestro enojo encontramos que tenemos como meta de vida ser perfectas, tarea imposible y por ende frustrante. O bien encontramos la expectativa de que los demás nos traten de buena manera porque nosotras, según nuestra interpretación, tratamos bien a los demás. Nos damos cuenta de que nos molesta que otras personas no aprecien las cosas que nos gustan y encontramos difícil entender las diferencias. Creemos que debemos mostrarnos contentas todo el tiempo porque hemos concluido que eso es lo que esperan otros de nosotras. No entendemos cuando otros se molestan si “nuestras intenciones son buenas”. Disfrazamos el control bajo una actitud de servicialidad. Caemos ante las adulaciones, creyendo que son cumplidos reales. No decimos “no” porque creemos que no es aceptable poner límites en nuestra vida. Nos pensamos únicas y especiales, o bien nos pensamos muy poca cosa, no merecedoras, sin posibilidades.
En las jardineras de mi patio encontré familias enteras de lagartijas, escarabajos y arañas. Descubrí que podía cambiar la vista de algunos espacios usando una pila grande de mosaicos extraños que tenían años apilados por allí. Al cortar algunas ramas se amplió el espacio disponible para moverme. También hay ocasiones en que las auto-exploraciones nos llevan a ver bondades que no hemos percatado en nosotras mismas, bondades que son distintas a las que nuestro ego ha insistido que son parte de nuestro ser. (Me aprovecho para comentar que todo lo que viene del ego es engaño, sin sugerir que podemos liberarnos del todo de él.) Nos descubrimos amorosas y de corazón grande. Vemos nuestra generosidad, claridad de mente y habilidad de palabra. Nos topamos con que somos observadoras, precavidas, respetuosas, energéticas y enérgicas. Hacemos las paces con ser individualistas o necesitadas, optimistas o medidas. Rara vez son éstas las características de las cuales nos hemos jactado. Tienden a ser sorpresas que incluso pueden resultar incómodas. Sí, tenemos que acomodar el autoconocimiento, ya sea que lo que descubrimos lo etiquetemos como “bueno” o “malo”.
Llegar a examinar y experimentar estas capas más profundas, cada vez más profundas, es de lo que se trata el camino de autoconocimiento, el camino hacia la conciencia. Y como la limpieza de mi patio, no tiene fin.