Por Blanca Garza y Vero Barreda
No todo es blanco o negro, hay una amplia gama de grises que a veces ni conocemos. Que todo fluya y que nada influya, así de simple es el camino para sentirnos más a gusto.
Ser flexible es fundamental para poder adaptarnos a los cambios. Es la actitud necesaria. Por el contrario, si nuestra mente es rígida, trasformará los cambios en grandes obstáculos difíciles de superar. La persona que emplea la resistencia ante el cambio acabará por romperse emocional y mentalmente.
Todo nuestro cuerpo experimenta siempre la intensa sensación de que tenemos razón, y así suele ser… desde nuestro punto de vista. Y por eso intentamos imponer a los demás nuestras ideas, a veces a costa de lo que sea. ¿Has notado que muchos libros llevan títulos del tipo de “Cómo convencer a los demás”, “cómo persuadir, cómo lograr lo que quieres”? No existe ninguno que diga: “¿Cómo ser convencido?” Y si hubiera, seguramente tendría muy poco rating, pues consideramos que es de débiles poder ser persuadido por alguien más, sobre todo si ellos son los que están equivocados.
En realidad, lo absurdo es defender a capa y espada nuestras convicciones, que no son nada más que nuestra versión de la historia.
Revisemos entonces cinco características que poseen nuestras certezas y descubramos cuan flexibles somos… ¿va?
1. Relativos. Lo que pensamos depende, por ejemplo, de nuestro lugar de nacimiento. Las religiones son un claro ejemplo. Así, al defender nuestra fe, a veces incluso con bombas, en el fondo es como si estuviéramos defendiendo que nuestro lugar de nacimiento es el correcto. ¡Cuánta sangre se ha derramado dentro de este saco ilógico!
2. Rígidos. Pensamos en blanco y negro. En los cuentos infantiles encontramos los malos y los buenos. Y crecemos y en el fondo seguimos pensado así. Una señora de unos 80 años me comentaba respecto a la guerra entre palestinos e israelíes: “Yo ya me he perdido, ¿quiénes son los buenos?”. Claro que tenemos la capacidad de matizar, pero a nuestro cerebro le encantan las cosas claras y ordenadas. Los matices nos impiden encasillar, y con todo desordenado nuestras neuronas no se encuentran tan cómodas. La duda es lo que menos soportan, porque es el principal obstáculo para poner orden. Así que siempre elegimos las certezas. ¿Salir de dudas? Lo sabio es ¡salir de certezas!
3. Limitados. La especie humana suele ser bastante prepotente porque no somos capaces de ver la limitación de nuestro propio cerebro. Nuestras neuronas no pueden entender algo que no hayan visto antes. ¿Acaso alguien puede lograr imaginarse que antes del Big Bang no existía ni el espacio ni el tiempo? ¿Alguien puede entender, como afirma la física cuántica, que las partículas pequeñas no están ni aquí ni allí, sino que solo se concretan en un espacio cuando las miramos?
4. Invisibles. Un cuadrado blanco no se puede ver encima de un fondo blanco. Muchos de nuestros valores y creencias, como son compartidos con el resto de los individuos de la sociedad, tampoco son visibles. Solemos tener como un huequecito dentro; siempre notamos que nos falta algo, y eso que nos falta creemos que está en el futuro y por eso corremos tanto para llegar a él. Esta creencia es compartida por la mayoría. Imaginemos una sociedad donde se viviera más que el presente y no estuviéramos tan encarados al futuro, donde la gente anduviera tranquilamente por las calles. Si entre esta calma apareciera uno de nosotros con el motorcillo que llevamos dentro, esa persona destacaría. Probablemente al ser su comportamiento diferente al resto se plantearía si está actuando bien. No revisamos nuestras creencias por la sencilla razón de que a veces son invisibles.
5. Blindadas. El caso de Santa Claus es una creencia hermosamente blindada. Cuando los adultos metemos la pata mil veces ante los niños, cuando se nos escapa, por ejemplo, que hemos ido a comprar los regalos, ¡no suele pasar nada! Les encaja tan poco lo que decimos con sus creencias que ni lo procesan. Cuando una persona confía en su pareja y esta le es infiel, suele ser la última en enterarse; como todas las posibles pistas no encajan en sus creencias, caen en saco roto. Cuando esas creencias se rompen, es cuando decimos que se nos ha caído la venda de los ojos.
¿Consideras que no eres inflexible? Juguemos un rato, trata de terminar esta frase: “”A mí no me podrían convencer de…”. Por ejemplo: de que Dios no existe, de que mi forma de crianza no es la mejor, de que mi objetivo no es el que me conviene, de que elegí a la mejor pareja… Juguemos con esta frase un rato y nos sorprenderemos de con cuántas inquebrantables certezas vivimos.
Ejercitar una mirada flexible es fundamental en tiempos de cambio e incertidumbre como los actuales. Son momentos en que debemos superar los estancamientos, lidiar con nuestros miedos, revisar metas y estrategias. Y si seguimos analizando nuestra vida desde el ángulo que siempre lo hemos hecho, no podremos llegar más allá de donde estamos ahora. La felicidad no se construye a través de las cosas sino en otras dimensiones más sutiles, en ser flexibles en el pensar, el amar y el hacer, en definitiva.