Por Clara F. Zapata Tarrés
Algunas ideas a partir de las reflexiones de Andrea Herron
Hace casi 11 años tuve a mi primera hija Rebeca y hace casi 9 a María José. Cada una tiene características muy especiales y como todas y todos los hijos e hijas, son únicas. Las percepciones que tenemos las madres de nuestros críos son variables y distintas y en ocasiones necesitamos explicaciones y ser extremadamente sensibles y comprensivos para poder entenderlos.
Existen diferentes teorías para explicar tanto el comportamiento como el temperamento y personalidad de los bebés. Es muy interesante porque como toda teoría científica, suele evolucionar, cambiar, y tener explicaciones que pueden ir variando dependiendo del enfoque, sobre todo, cuando hablamos de ciencia social. Así, existe la teoría de que los niños nacen “en blanco” y que poco a poco, con la interacción que tienen con el entorno, van adquiriendo algunos rasgos y características particulares muy propias y originales. Por otro lado, está una teoría bastante opuesta que se refiere a la influencia incluso genética, en la personalidad y temperamento de nuestros hijos. Así que ahí habría una mezcolanza de los rasgos familiares dentro del comportamiento infantil. Por esto, en ocasiones, hasta diríamos que “es igual a su papá o a su mamá” o hasta a “su abuela o abuelo”. O a veces incluso nos preguntaríamos “¿De dónde salió?; ¡no se parece a nadie!”… Casi siempre queremos explicaciones así, simplistas y catalogamos a los bebés de ciertas maneras que a veces nos impiden ir más allá en nuestro vínculo o nos echamos la culpa de tener un hijo “así” o “así”.
¿De qué nos serviría saber esto? Cuando nacen nuestros bebés, tenemos una infinidad de preguntas y necesitamos explicaciones que tal vez nos den algunas luces para no angustiarnos y así tener una crianza con apego empática y compasiva que nos acerque y nos permita tener una sintonía armónica con nuestros hijos. Aunque para muchas cosas no hay explicaciones, podemos definir algunos rasgos y ritmos que podrían ayudarnos a comprender esta nueva experiencia que viene sin instrucciones.
Tenemos pues, bebés nacidos en diferentes circunstancias, algunos que se adaptan mejor que otros a su nueva vida fuera del vientre, unos que son más sensibles y otros que reaccionan con mayor o menor intensidad a los estímulos externos, otros distraídos y los demás concentrados. Lo importante entonces, es respetar estos rasgos enfocándonos no tanto en ellos mismos pero sí en cómo nos vamos conociendo y adaptando para poder tener una relación y un vínculo sano, agradable y amoroso.
Aquí llega el llamado temperamento que sería la retroalimentación que tiene un ser humano con lo que le rodea y efectivamente puede ser genético, heredado pero muy seguramente, particular y específico. Es un componente de nuestra propia personalidad y puede construirse desde el embarazo. Tenemos diferentes tipos de temperamentos: fáciles, complejos, con necesidades especiales de adaptación y muchos otros más.
La pregunta es entonces, ¿cómo podemos ayudar a la familia de este nuevo ser que ha llegado?
Habrá que imaginar cómo es llegar a un nuevo lugar y pensar en cómo nosotros mismos nos vamos adaptando. Ir definiendo nuestros rasgos y nuestro temperamento, si somos tímidas o nos gusta socializar, si nos gusta que nos toquen o más bien somos muy sensibles al tacto y preferimos otro tipo de contacto, si vamos despacio o nos aclimatamos como peces en el agua… Todos y todas lo podemos hacer consciente, poco a poco, con paciencia. A partir de aquí, empezaremos a notar ese temperamento y delinear algunas certidumbres para entonces mirar a nuestro bebé.
Un ejemplo básico puede ser el de otros mamíferos. Cuando constatamos que en el nacimiento de animales mamíferos, el cachorro que más llora es el que recibirá más atención y tal vez alimento de su madre será él. Y como dice el dicho “el que no llora no mama”… Y así, tenemos nosotras las humanas, cachorros que lloran y lloran para pedir alimento, físico o emocional. En el momento en que nos conozcamos a nosotras mismas un poco mejor, podremos mirar a este cachorro y comprenderlo y solo ahí, ser empáticas y adaptar nuestra postura y nuestro propio temperamento pero al mismo tiempo, buscar que él se adapte cada vez mejor y al final crear un vínculo sano y capaz de reaccionar con paciencia, condescendencia y bondad.
Hay muchos caminos y cada quien necesitará encontrar el suyo. Podemos tener un bebé “llorón”, “activo” o “intenso” y nosotros ser “pacientes” y “tranquilos” y encontrarnos en situaciones angustiantes en las que si no hemos sido capaces de parar a mirar, la realidad nos plantea una relación muy tensionada con nuestro bebé y nuestra lactancia puede no ser tan satisfactoria como la imaginamos. Podemos, al contrario, ser unos padres muy activos y tener bebés más tranquilos y pausados y ahí encontrar el desequilibrio. Por ello es muy importante observar y conocernos para mejorar y cambiar lo necesario. Tenemos bebés que lloran, que se perciben incómodos constantemente, que se distraen con facilidad, que incluso de tanta desesperación “se privan” o vomitan y ahí nuestra lactancia se cuestiona, se conflictúa y todo ello nos impide disfrutar. Pero ¿qué tal que no es nuestra “culpa”? ¿Qué tal si vamos más a fondo? Si observamos, si cambiamos la jugada, si improvisamos, si conocemos mejor, si “pensamos fuera de la caja”. Tal vez, nos demos cuenta que nuestro bebé ya no tiene hambre, que quiere jugar, quiere morder algún objeto o simplemente quiere que lo carguen para pasearse y estar en movimiento porque así es su temperamento. Y por otro lado, podemos tener a un bebé, tranquilo, tranquilísimo, que duerme y aparentemente “no molesta” (como dicen por ahí), que puede estar horas quieto. Aquí es difícil “leer” sus necesidades y la lactancia también puede tener obstáculos o dificultades. Por ejemplo, podemos tener baja producción de leche, bebés de bajo peso o de lento crecimiento. Podemos tener bebés que les gusta la rutina y entonces que les cuesta más adaptarse a los cambios cuando vamos de viaje por ejemplo o vamos de visita a ciertos lugares nuevos. Podemos tener bebés a los que no les gusta tanto el contacto físico, las caricias o los ruidos o al contrario, bebés que pueden estar con la música, la licuadora, la aspiradora y los hermanos saltando al lado y no les moleste para nada.
La idea es conocerse. No que se adapte o yo adaptarme a mi bebé. Es un ir y venir, es priorizar la mirada y hacer consciente lo que está medio guardado en nuestra mente y sobre todo, en nuestro corazón. No es todo o nada. Y no es sólo genético o culpa del entorno. Existen múltiples variables que nos ayudan a comprender, a empatizar y finalmente a elegir lo que haremos con ello. Podemos decidir embracilar o no o hacer cosas que nos gustan cargando a nuestro bebé; podemos elegir sentarnos en el piso a amamantar mientras nuestro bebé gatea y regresa o podemos dejarlo llorar o estar un rato ahí para respetar la adaptación y luego quizás pararnos otro rato…
Cada bebé es distinto, cada par es distinto, cada vínculo es distinto. Pero si me abro, elijo conscientemente y me pongo en el lugar de la persona que tengo frente a mí, seguramente será más fácil, más seguro y sobre todo más placentero, amamantar y criar en libertad.
*Este texto está inspirado en: “Fiesty or calm. How temperament impacts breasfeeding and parenting”, Herron Andrea, IBCLC, ILactation Breasfeeding: Creating healthy connections, online breasfeeding conference, sept-nov 2019.