Por Miriam Valdez
Daniela llegó hace cuatro años a nuestra vida, en un momento en que no la esperábamos, en una vida que creíamos hecha y completa. Vino a llenarme de asombro, asombro de la naturaleza misma y de saber que en mis manos estaría tratar de forjar la vida de una mujer. Vino con una caja repleta de sorpresas y alegrías, con un carácter ya formado desde el día uno, bien definida, determinante, completamente auténtica, única. Yo que me las sabía de todas todas, con dos hijos antes, “formados y educados” en sus rutinas, un tanto dóciles de tratar, pero llegó ella, la del corazón más alegre, la ocurrente, la audaz, la perspicaz, la llena de magia desbordante, la que puso de cabeza ésta casa, la cereza del pastel, la que me saca de balance todo el tiempo con su inteligencia y con su actuar. Tan sólo de imaginar que no hubiera estado aquí, me hace un nudo enorme en la garganta. Aquí es donde compruebo y confirmo que Dios no se equivoca, que sabe perfectamente lo que nos corresponde, y que ésta niña, como me la anunciaron alguna vez, “era un ángel que pertenecía a ésta familia y que debíamos traer al mundo”. Abrazo y celebro su vida y espero honrarla siempre como la madre que ella merece.
Mis ojitos de capulín
Hoy te vi en una banca
te tomabas un helado,
hoy el tiempo se detuvo
en tus rizos, en tus manos.
Hoy te vi menear los pies
sin prisa, pedaleando,
aún no alcanzas el piso
pero la plenitud has logrado.
Hoy vi al tiempo detenerse
en tu mirada, en tus brazos
en el hielo derretido
corriendo por tus manos,
en tus ojos bailarines
y en tus labios colorados.
Que la vida sea así,
siempre así para ti,
llena de asombro
de felicidad desbordante
por las cosas más sencillas
y la grandeza que produce
un momento, un instante,
la magia y la inocencia
para ti, mi niña alegre,
para ti, mis ojitos de capulín.