Por Blanca Garza y Vero Barreda
Recuerdo con tanta precisión las palabras de mi hija preguntándome: mamá, ¿sabes algo de Raúl? Era domingo 20 de octubre. Tengo familia en Monclova y en “mis años mozos” me gustaba ir de fiesta para allá con mis primos. Ahí conocí a parte de la familia Saldaña, e incluso hasta recuerdo haber ido a su casa en la presa de Salinillas. Mis recuerdos de ellos son de una familia cálida, cariñosa, cuidadora. Por lo tanto, a pesar de no conocerlo personalmente, me estremecí pensando en el dolor que puede sentir cualquier madre, cualquier padre, ante una noticia de tal magnitud.
23 días después, se dio a conocer el temido desenlace. Por motivos de trabajo estábamos en Monclova y pudimos asistir por la tarde a la misa en donde Raúl sería despedido. Asombrada por la cantidad de personas que estaban ahí reunidas, tantos jóvenes, compañeros, primos, amigos, familias completas, todos inundados de tristeza, de ausencia, y todos repitiendo aquella frase que Raúl hizo suya, En Dios Confío.
No recuerdo haber visto una expresión de dolor más latente que la de su madre, que, no hay palabras que la describan. Pienso en ti y en toda la gente que estaba a tu alrededor. En cómo hoy la partida de Raúl rompe el orden natural de la vida. Me imagino que, aunque intente pensar o creer que comprendo tu dolor, no lo hago. Mis hijas están cerca de mí, con salud, con planes, con sueños y con vida.
Desde mi lugar de mamá, pienso en ti Vivi.
En tu historia con Raúl. En todos los sueños, proyectos y expectativas que nos imaginamos cuando tenemos un hijo.
Cuando escucho o leo comentarios en relación con su muerte, sigo pensando en ti como mamá. Y me pregunto: ¿qué puedo hacer por ti? ¿Cómo respetar tanto dolor, tanta tristeza? ¿Cómo acompañarte desde la distancia, desde el respeto?
Porque vivir la pérdida de un hijo es el dolor más triste al que un ser humano está expuesto. Y pienso en ti, pienso en tu dolor.
Sólo deseo acompañarte, no me permito opinar, ni juzgar, sólo pienso y deseo en que cada día tú puedas encontrar un algo, un rayo de luz, una ráfaga de aire algo que te permita seguir viviendo, respirando. Que puedas tener un motivo que te permita la esperanza de que en algún momento te encuentres con él.
Escuchado tantos comentarios sobre la responsabilidad y la culpa. Pero muy poco sobre el amor de una madre hacia su hijo. Tú me has transmitido la fuerza y la entereza. No te rendiste nunca, aunque eso te llevara a confirmar tan triste desenlace.
Me quedo con el amor que has transmitido, con toda esa fuerza de mamá, con esa angustia que reflejaba tus ojos, tu cansancio y con el deseo de recordar a tu hijo desde el amor. Seré respetuosa de tu dolor, te dejaré en silencio con sus recuerdos porque es necesario para que puedas elaborar tu duelo.
Espero y deseo que la vida en un instante se vuelva amable contigo y te permita una pequeña ilusión, aquella esperanza que está en lo más profundo de nuestros corazones que late sólo por deseo de volver a ver a nuestros hijos.
Con lazos eternos nos hemos unido; en vano el destino nos hiere a los dos… ¡las almas que se aman no tienen olvido, no tienen ausencia, no tienen adiós!