Por Miriam Valdez
Llega la época de frío y con ella las enfermedades respiratorias. He vivido por años ese carrusel que consume mis días de otoño e invierno en su mayoría, esos días de cuidar enfermos, algunas veces yo incluida en dicho carrusel, esos días en los que veo cómo entra uno y sale otro mientras resto días al calendario. Mi energía se consume rápidamente, mi sueño se ve mermado constantemente. Abro los ojos en la mañana y estoy pensando en qué momento podré dormir nuevamente. Está demás decir que no me quedan ganas de salir, que hacer ejercicio me cuesta el triple, etc.
A medida que crecen mis hijos estos episodios se han hecho menos frecuentes, sin embargo, siguen sucediendo. Mi esposo ha logrado salir de esa “maldición” invernal a base de mucho trabajo interior y exterior…nació con una predisposición alérgica que de paso, heredó a mis hijos. En estos años, hemos intentado de todo. Literal. Iniciando por medicina alopática, remedios caseros, pasando por medicina alternativa, desde homeopatía, bio-magnetismo, acupuntura, biodescodificación, hasta chamanes y por supuesto, cambios en la alimentación. De alguna manera hemos logrado salir un tanto de eso, lo cual agradezco profundamente, porque esa tos podía convertirse en causal de divorcio, lo digo honestamente. Aunado a ello, están los mil y un consejos que recibes cargados de buenas intenciones, pero que te hacen sentir justamente como cuando acabas de parir y te bombardean de “deberías de”. Todo un arte mantenerte en medio del caos coherente, equilibrada, serena, optimista, amable, en pocas palabras, en tus cinco sentidos.
Ya estábamos a punto de iniciar Diciembre y típico, vino a mi mente el pensamiento “qué bien la hemos librado de enfermarnos éste año”. Y, ¡zas!, mi mente tan poderosa inició el proceso, sólo que esta vez, un tanto diferente: ¡me mordió un perro en la calle! Sí, así empecé con el carrusel enfermizo de cierre de año. Allá voy a curación, vacunas, denuncia en la antirrábica, medicamentos, etc. Un par de días después, mi hijo el más alérgico, empieza con fiebre y dolor de garganta, para cederle la estafeta a mi pequeña en este juego de “toma que te lo presto”. Para colmo de males, la mordida de perro se infectó y volvimos a empezar. Todo esto en medio de obligaciones cotidianas que no puedes dejar, de compromisos sociales a los que tuve que faltar, compromisos de los hijos como partidos de fútbol, juntas con los maestros, entrenamientos, etc. La vida sigue, no se detiene, sólo pone a prueba tus facultades, tus habilidades de organización y el típico “rendir bajo presión”. Digo, de unas cuantas sandeces como guardar el salero en el refrigerador, poner el desodorante en la regadera, andar gritando como loca por todo y tener unas ojeras marca diablo, no ha pasado.
En momentos así es cuando agradezco por la salud de la que gozamos y es cuando recuerdo tantas y tantas historias que solemos decir “eso si es un verdadero problema”.
Sin embargo, un problema es un problema, una enfermedad, es una enfermedad, no puedes minimizar ni señalar a quién lo vive y cómo lo vive, no se trata de saber cuál es la mejor o la peor de las enfermedades, ya que la enfermedad es eso, enfermedad, misma que te vuelve vulnerable, te lleva a los límites, a tus propios límites, a tu capacidad de reaccionar, de adaptarte, de sacar lo mejor o lo peor que hay en ti. Alguna vez mi hijo el alérgico me preguntó -¿mamá, por qué me enfermo, qué hago mal?- Me conmovió profundamente su cuestionamiento y me limité a decirle -la enfermedad existe, así como el día y la noche, como el frío y el calor, no es “mala” por sí misma, no tiene nada de malo contigo, lo que sí es que son oportunidades que tenemos para aprender de ella”.
Así es como lo veo, como una ola a la que hay que subir, sin escapatoria, como pequeñas o enormes oportunidades para conocer nuestro temple, de lo que estamos hechos verdaderamente. Nadie se salva de la enfermedad, así como nadie nos salvaremos de la muerte, quizás a unos nos toca vivir simples gripas y a otros, desafortunadamente, enfermedades graves o crónicas, nunca sabremos de qué lado estaremos, ni cuándo, ni dónde. Pero cada ola que viene, nos pone a prueba, a nosotros mismos y a los nuestros, y nos obliga a replantear el rumbo en torno a un sinfín de orígenes, acciones y valores que nos impulsan a transformarnos una vez más.