Por Cristina Aguirre
“¿Te pasa algo mamá?”- Me preguntaba mi hijo hace poco.
“Estoy bien mi amor, pero necesito un abrazo. A veces los papás también nos ponemos tristes.”
A veces es tanto lo que los amamos y protegemos su inocencia que callamos pérdidas, callamos dolor, frenamos lágrimas para darles un día más de color.
Ya en la madurez nos damos cuenta de los obstáculos, las pérdidas que pasaron nuestros padres, sin embargo, tuve una infancia sana, inocente y feliz. Todo gracias a ellos.
Los hijos nos dan de alguna manera cósmica lo que creíamos roto o perdido. Nos regeneran, nos obligan a estar bien y a luchar no solo por ser, sino hacerlos felices.
Las risas y carcajadas que resuenan en la casa son para mi como una orquesta para el alma.
Por que a veces cuando me quedo sin nada que dar, llegan ellos a llenar mi alma de amor.
Aunque a veces también pierdo la batalla.
Como ese día en el que perdí la paciencia y te llamé la atención, fui dura y te dejé en la escuela con el nudo en la garganta, te veía por el retrovisor y no volteabas, me reclamaba una y otra vez por qué no pudimos despedirnos… y pensaba “tal vez te mereces una madre mejor.”
Pero me recordaste un poco o mucho a mi misma, viéndote a través del espejo las batallas que mi madre tuvo conmigo. Eres terca, eres fuerte, eres orgullosa, yo lo era también. Qué gran mujer es mi madre, cuántas batallas enfrentó y a la familia siempre nos protegió. A ellos les debo una hermosa infancia.
Pero hoy, hoy necesito un abrazo, necesito un no lo estás haciendo tan mal, eres buena mamá.
No debería necesitarlo pero es importante escuchar el reconocimiento de quien nos rodea, que este trabajo sin paga, por maravilloso y milagroso que sea a veces cansa y desgasta. Palabras de oro cuando una madre o un padre escucha “eres maravillos@”, “veo tu esfuerzo”.
Quisiera poderme equivocar sin ser tan dura conmigo misma… pero es tanto lo que me importa el corazón de cada uno de ellos, que me duele y me pesa el errar.
Es tanta la responsabilidad que estamos conscientes que cualquier toma de decisión trasciende en lo que hoy estamos formando en nuestras hijas e hijos.
Y aunque ellos no lo saben y no tienen por qué saberlo la mayoría de las veces no tuvimos ni un minuto para sentarnos, para comer, para descansar… mientras que yo, lucho contra mis ene mil preguntas existenciales… “¿lo hago bien?”
Nadie nos enseñó a ser madres, a ser padres, la experiencia que heredamos fue de los nuestros. Siempre con una versión que copiar y puede ser algunos aspectos que mejorar. Porque siempre estamos tratando de que no repitan nuestros errores. Porque queremos prepararlos. Porque los conocemos. Nadie, nadie mejor que sus padres.
Me llegué a preguntar si todo el esfuerzo que hicieron por mi valió la pena. Que de todo aquel amor sin medidas vale la pena seguir, todas aquellas renuncias y sacrificios por darme la mejor educación, sin mortificaciones, sin reclamos, salvaguardando las etapas (de edad) en las que estábamos pasando.
Si. Lo vale.
Qué tanto exigir y qué tanto enseñarles para que estén preparados, creo que eso lo dirá el tiempo. Equilibrando lo que en su edad corresponde, porque no siempre estarán en esa burbuja; pero para todo hay etapas… y todo en su tiempo.
Hoy nuestra etapa de mamá, de papá, es la de formar, la de moldear… y de pronto me doy cuenta que también nosotros nos estamos moldeando como padres.
En esos días grises, en el que pierdo la batalla, me levanto y recibo ese amor de Dios a través de mis hijos. Un día a la vez.
Porque estoy segura que si hay un área en la que no he fracasado es en la del amor.
Por qué no hay cosa que no haría por ellos… porque gracias a los hijos adquirimos una fuerza y valor sobre natural… porque gracias a ellos seguimos aprendiendo la capacidad que tenemos de amar sin límite de tiempo, de espacio.
Gracias, gracias por hacerme madre. Gracias por sus risas, por sus abrazos.
Un día a la vez. Y mientras tanto, los seguiré amando.