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Cerrando el 2019

por Liliana Contreras

Acabo el 2019 y sigo sin entender muchas cosas que, al menos en teoría, toda mujer de más de treinta debería saber.

Por ejemplo, sigo sin entender cómo lograr que mi maquillaje dure más que un par de horas. Ya cambié de marca y hasta tomé un curso hace algunos años. Nada. La víspera de Navidad salí de casa, según yo, muy maquillada. Hasta usé sombras y rubor. Para las once de la noche, si no es que antes, mi cara ya parecía recién lavada. Ni gota de labial, ni delineador. Nada. (Tengo la hipótesis de que me los como).

Sigo sin entender de dónde sale tanta ropa sucia. Pasan cinco días y cada uno de mis hijos usó más de diez cambios completos y los cajones ya están casi vacíos, mientras el canasto de ropa por doblar se desborda.

Aún a mi edad, sigo sin entender cómo le hacen las mujeres para usar diferentes tipos de tacón. No salgo de zapatos de piso, mis tenis de tela y un par de botas con una plataforma de unos dos centímetros. Cuando me he aventurado a usar un tacón mediano, termino arrepentida, por sentirme ridícula, y con dolor de cabeza.

No entiendo cómo se hacen nuevos amigos. No sé cómo reaccionaría a una reunión de exalumnos de secundaria o de prepa. Doy gracias a la vida por tener a las personas más maravillosas a mi lado, porque, de no ser así, no sabría cómo ni dónde encontrar con quién compartir mis historias. ¿Tiene una que empezar por el principio?

A estas alturas, desconozco las reglas o códigos de vestimenta. Sobrevaloro la ropa de algodón y la mezclilla y tengo un conflicto cuando debo dar un curso o tengo una cita en el trabajo, porque no sé qué ponerme. En este año que termina, di un curso de tres días con mis tenis blancos. Fui feliz, me sentí fodonga por un rato, pero luego, con el entusiasmo del grupo con el que trabajaba, se me olvidó por completo la vestimenta. Puedo culpar a Viva Light, que no me dejaba llevar más que diez kilos.

No logro asumir que soy una señora, porque cuando me llegan a nombrar así no me doy por aludida. Por alguna extraña razón me siento más joven de lo que soy, sigo usando playeras con dibujos animados y no me gustan las bolsas grandes y brillosas color ocre. Supongo que trabajar con niños me da esa sensación de juventud interna, aunque los años no me perdonen en el exterior.

No me siento orgullosa de prender el horno ni de ver mi casa reluciente. Si acaso, me preocupo cuando ha pasado más de una semana sin pasar el trapeador o cuando los juguetes en el carro ya no dejan que los niños se paren para bajarse.

No sé si soy Millenial o Xenial o qué, pero el Twitter jamás me funcionó, hago el intento por seguir mi Instagram y solo tengo 433 contactos en mi cuenta personal de Facebook que, en su mayoría, son familia. No me gustan los memes ni los videos. Mi esposo me tiene que contextualizar sobre los personajes que están de moda. Batallo para ver la televisión; incluso si son películas que me gustan, necesito estar haciendo otra cosa a la vez para mantenerme atenta.

Los aprendizajes o las “comprensiones” que sí me deja el 2019 no tienen que ver con la edad o la madurez, sino con las experiencias más significativas que me tocó enfrentar por las decisiones que yo misma tomé. Ni suerte ni destino, solo consecuencias.

Comprendí lo difícil que es manejar la frustración. Las frases motivacionales no logran hacer eco en mí, pero (tengo una solución más valida) la poesía, el acompañamiento cercano y el compartir día a día o semana a semana las historias cotidianas con otras mujeres, me dieron el valor para resistir.

Empezar un proyecto desde cero me llevó a enfrentar mis miedos, a sentirme insegura, incapaz y dudosa de lo acertado que puede ser salir de la zona de confort. Sé que con los años (tal vez) me voy a reír o voy a platicar sobre este 2019 como si nada, pero sépase lo complicado y deprimente que es perder toda la estabilidad y hacerlo por puro gusto.

Entendí que está en mi naturaleza centrar mi atención en los “no”, en los errores o en lo difícil, en lugar de ver todos los “sí”, los aciertos que se dieron de forma sencilla y natural.

Me costó mucho asumir que no todas las personas quieren o aceptan formar parte de mi vida. En algunos casos, yo insistía en ofrecer cosas que no me pedían (y por lo tanto no aceptaban); en otros, simplemente se alejaron, dando explicaciones absurdas del por qué. Y sí, por qué no, también hubo aquellos de quienes me alejé por mi propia salud y bienestar. ¿Mi reflexión? Aceptar que así son las relaciones. No es que haya personas buenas o malas, simplemente no todos somos compatibles y en lo personal sé que no soy fácil de seguir. Aunque son pocas mis amistades, tengo la seguridad de que son sinceras.

Termino este año con prisa. Ansío abrir mi agenda del 2020 con la esperanza de que sea, como siempre, un mejor ciclo. Con sus buenas y malas experiencias, con sus errores y aciertos , pero siempre con la gratitud y la fuerza para empezar de nuevo.

Liliana Contreras: Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.
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