Por Dona Wiseman
Me pidió una amiga que escribiera sobre el concepto de encajar. Se refería a todo aquello que hacemos para pertenecer y para no ser rechazadas por grupos e individuos, por familia y dentro de ámbitos de trabajo. Toda la vida hemos estado en grupos, comenzando con la familia, en los cuales hay ideas e ideologías propias de los grupos mismos. Nuestras familias creen, en general, en ciertas cosas. Algunas son conservadoras, algunas valoran los deportes, algunas tienen el ojo puesto en la economía. Cada familia se forma dentro de una cultura y en un momento dentro de la historia del mundo. Más allá de la familia nos encontramos en un espacio social específico que igualmente tienen valores, maneras, comportamientos esperados, modas, y en general tendemos a conformarnos, creyendo que solamente así seremos aceptados. Pocas veces retamos el status quo, poniendo en evidencia con lo que no estamos de acuerdo. Yo no he cambiado mis jeans por leggings negros, no del todo, a pesar de haber visto un par de veces publicaciones que asumen que todas las mujeres lo hemos hecho.
Hemos crecido en escuelas y con grupos de amigas que tenemos (o eso he visto en algunos casos) y que seguimos viendo después de 30 o 40 años. En esas escuelas y grupos nos hemos ajustado a tantísimas ideas y creencias y modas. Durante años nos hemos uniformado en estilos, ropa, peinados, ejercicios, y todo lo demás, hasta el punto de inscribir a nuestros hijos en las escuelas apropiadas para que nuestros hijos crean grupos iguales a los nuestros. He escuchado a señoras que tienen hijos en primaria, “Le voy a organizar una reunión a mi hijo porque no se junta con otros niños lo suficiente,” sin tomar en cuenta lo que pudiera necesitar el hijo, sino basado en, “¿Qué le pasará a mi hijo si no tiene suficientes amigos y no socializa?”
Hace años no sabíamos el sexo de un bebé hasta que naciera. Después surgieron los ultrasonidos, y ahora hay fiestas especiales en las cuales se usa hasta la última gota de creatividad increíblemente admirable para revelar dicho conocimiento. Dios libre a quien no haga la fiesta de moda, y más aún a quien realmente no desea conocer el sexo de su bebé antes del nacimiento. Hay ideas y creencias políticas que se aceptan, o no, en nuestros círculos. Hace días una amiga me dijo que le daba miedo comentar ante sus compañeros artistas que ella es creyente en Dios y que fomenta prácticas religiosas, sosteniendo la fe que ha construido desde la infancia. Sí. El ámbito artístico es eminentemente ateo, o eso es lo que deben ser para pertenecer, y las personas creyentes son severamente criticadas, también como se espera en ese ambiente. Entonces, si mi grupo social se expresa a favor de ciertos asuntos (quizás sea la verdad o nadie ha tomado siquiera el tiempo para saber si están a favor o no de esos asuntos) es posible, o probable, que yo también me exprese así.
La alternativa es arriesgarme a pensar por mí misma. No solo a pensar, sino a actuar también. Para eso hace falta dedicar tiempo a saber realmente lo que pienso. Hace falta dedicar tiempo, esfuerzo y proceso personal a conocerme y saber cuáles son mis convicciones, mis creencias y mi estilo de vida. Cuesta esfuerzo saber mis gustos. Hay que probar muchas cosas para saber qué me gusta y qué no me gusta. Se necesita valor para probar. Se necesita valor para diferir. Se necesita valor para ser auténtica. Se necesita valor.