Por Blanca Garza y Vero Barreda
Nuevamente nos encontramos por aquí y hoy te invitamos a que profundicemos en un tema del cual tod@s, en algún momento, hemos experimentado: la culpabilidad.
¿Qué es la culpabilidad? Es una emoción que nos crea remordimientos por algo que sucedió en el pasado, nos hace sentir molest@s con nosotr@s mism@s, la mayoría de las veces nos deprime. Es una emoción muy extendida en nuestra cultura y realmente nos provoca una angustia vital que de poco nos va a ayudar. Es más, es una emoción que bloquea y paraliza, así que, sin culpa, por favor. Con esto no quiero decir que no debamos reflexionar nuestros errores pasados, aprender de ellos y responsabilizarnos para no volver a cometerlos. Pero en este proceso, que sí es sano, la culpabilidad no existe ya que asumo mi error y me pongo en acción para enmendarlo. La culpabilidad normalmente paraliza y es este precisamente, el peor de sus efectos.
La culpabilidad la podemos sentir nosotr@s mism@s sin ayuda de nadie, aunque la mayoría de las veces pensamos que es alguien más quien te la hace sentir, cuando te juzgan por haber dicho/hecho o por el contrario por no haber dicho/hecho algo que ell@s consideraban. Así que tenemos una culpa interna y una culpa externa.
La culpabilidad aparece en la primera infancia ya que nuestros padres sin quererlo ya nos la hacen sentir con frases del tipo: «mamá no te va a querer si haces esto…» «con todo lo que hago por ti y mira cómo me pagas…» «estoy tan triste porque no haces esto…» Éstas son las frases típicas que usamos cuando queremos que nuestr@s hij@s se sientan culpables. A veces un silencio prolongado, una mirada de dolor… siguen el mismo fin de hacer sentir a alguien culpable.
Hacer sentir a un hij@ culpable es una manera de manipulación, que hemos usado tod@s alguna vez para modificar alguna conducta de nuestr@s hij@s. Lo que conseguimos con esta acción es que nuestr@s hij@s germinen en su interior la semilla de la culpabilidad, se sientan mal y con este dolor que provocamos sin querer, no vamos a solucionar absolutamente nada. Es más, esa semilla los acompañará a lo largo de su vida y aprenderán a castigarse ell@s mism@s cada vez que cometan un error. Y por si no fuera poco, ell@s también aprenderán a usarla en nuestra contra. Si un hij@ observa que su sufrimiento nos hace sentir culpables y nos hace juzgarnos como malos padres, aprenderán a usar esta emoción para salirse con la suya. Así que es un arma de doble filo, ¡sin culpa, por favor!
Esa semilla las traspasamos de generación en generación y pienso que debemos aprender a educar sin culpabilidad, para ello debemos trabajar en nosotr@s mism@s e intentar eliminarla de nuestras vidas… si nos fijamos en cuantas veces intentamos hacer sentir culpable a alguien y tomamos conciencia, advertiremos un sinfín de manipulaciones que provocamos diariamente que hasta dan un poco de vértigo. El ansia de hacer sentir a alguien culpable nos lleva siempre al mismo mensaje: «no hiciste o dijiste lo que yo quería». La culpabilidad también elimina la responsabilidad de que pienses por ti mismo, si tengo presente lo que los demás esperan de mí, para no sentirme culpable, no conseguiré conocerme, entenderme, aceptarme y sentirme bien. A menudo la culpa es una manera de ganarse la compasión de los demás y quedar eximido de rectificar aquello que hemos dicho o hecho de manera incorrecta, «¿no ves lo culpable que me siento?, ya tengo suficiente castigo, ¿no crees?» por este camino no aprenderemos, ni evolucionaremos…
Lo que debemos aprender y enseñar es a evitar los comportamientos que nos han llevado a sentir culpa. Podemos ayudar a nuestr@s hij@s a tener un buen comportamiento sin echar mano a la culpa. Mostrando de manera clara y directa que su comportamiento no es adecuado, las consecuencias que aparecen después de ese comportamiento y las diferentes opciones que podríamos tomar la siguiente vez.
Debemos aceptar nuestras decisiones, (aunque a alguien cercano no le guste) y no sentirnos culpables o cuestionarnos nuestra valía. Aceptar que podemos desilusionar a cercanos, pero no por ello ceder a sus demandas. Hacernos responsables de nuestras emociones y dejar la culpabilidad para el que la quiera sentir. Para mí, ¡Sin culpa, por favor!