Por Dona Wiseman
Heredé esta nariz de mi madre. A veces me parece aceptable y a veces me sorprende, no tan positivamente. Así como heredé la nariz de mi madre, heredé las manos de mi padre y los ojos que a veces desaparecen cuando sonrío. El color de mis ojos es una mezcla del azul de él y el verde dorado de ella. Tengo el cabello de ella. Lacio, abundante, decidido, difícil (de pronto parece que me estoy describiendo yo). Sí, con frecuencia decimos que hemos heredado tal o cual característica (también de personalidad) de nuestros papás. Esa “herencia” no es tan simple. Si lo fuera, todos los que son hijos de los mismos papás tendrían las características iguales. Los genes dominantes tomarían su lugar y ya. Pero no. Tenemos características sorteadas entre todas las opciones genéticas que viven dentro de nosotros. Y así también heredamos (o más bien aprehendemos – así con “h”) las características que tenemos en común con papás y abuelos y todo el linaje. Es frecuente escuchar a alguien decir, “Abueleó”, en referencia a algo que hay en nosotras que recuerda a una actitud de vida de algún abuelo o hasta bisabuelo. No soy previsora y cuidadosa como lo era mi madre, a pesar de haber crecido con ella. Sí soy distante y desconectada como lo era ella. Soy osada y aventurera como era mi padre. Tengo algo de su personalidad grande, y a la vez algo de lo solitaria que era mi madre. Los dos eran sarcásticos, muy. Decía mi padre que yo lo había superado mucho en ese cuestionable talento, y que me parecía mucho en eso a su hermano. En trabajos terapéuticos me he dado cuenta de que tengo que regresar tres generaciones para encontrar una energía femenina que resuena con la mía. Tanto mi madre como mi padre me decían que me parezco a sus abuelas (la abuela paterna en el caso de mi madre y la materna en el caso de mi padre). Me lo dijeron en un mismo momento de vida después de contarles un sueño que había tenido. La imagen, la manera en que me vi en el sueño, los llevó a los dos a recordar a sus respectivas abuelas. Soy una manifestación de las características que de alguna manera he ido aprehendiendo (de nuevo con “h”) y escogiendo durante la etapa de formación de mi propio carácter. Mis características son manifestaciones de mi interpretación de lo que vi afuera y tomé como funcional para mí, como partes del carácter que estaba formando. No es un proceso consciente pero sí es decidido. Si no fuera así, repito, los que son hijos de los mismos papás serían iguales porque se habría manifestado “lo que mamá y papá les enseñaron” en vez de lo que cada uno requirió para construir su propia estructura de carácter. Mi nariz… ah sí. La decidí. La tomé. Claro que a veces me cuestiono mi juicio al tomar esta nariz. Evidentemente no estaba contemplando la estética, o sí, o más bien no sé. No me puedo imaginar con otra nariz. Jamás se me ha ocurrido la opción de cambiarla, así como jamás se me ha ocurrido cambiar el hecho de ser distante, de personalidad grande, aventurera, desorganizada, descuidada, sonriente, sarcástica, decidida, difícil, osada, y solitaria. Alguna vez le pregunté a una persona, “Si pudieras cambiar algo de mí, ¿qué sería?” Su respuesta fue, “Nada, porque si una cosa cambia, el paquete total cambia, y me gusta el paquete como está.” En el momento en que vi esta foto me volvió a sorprender mi nariz, y ahora las arrugas que se dibujan en el costado de mi rostro (las cuales son tan parecidas a las que tenía mi madre). Me tomó un segundo reaccionar y sonreír. Así estoy y así está bien. Algún día les platicaré el origen de ese mantra mío.