Por Clara F. Zapata Tarrés
Hoy me amanece a las 5:30 de la mañana. Unas de las cosas inexplicables por el momento es que en esta cuarentena algunos, bastantes tenemos el horario cambiado. Nos dormimos muy tarde, muy tarde, despertamos de madrugada y la estructura falla. Habrá quienes organizaron unas rutinas y habemos otros que no tan decididos, comenzamos a improvisar. Con muchos proyectos en mente, cada ser humano plantado en cuatro paredes, ya sean grandes o no tanto, con patios de jardín o patios donde sólo caben dos tendederos, decidimos cada día el destino propio y familiar. Cosas por hacer, pendientes que nunca se habían concretado, van y vienen y conforme pasan los días, a veces trabajamos, hacemos bricollage o simplemente nos postramos en un sillón gris junto a nuestras mascotas. Leemos, miramos tele, el celular o más llanamente, el techo, contemplando alguna araña perdida que construye su telar. Al comienzo fue así como lo narro: un montón de planes. “Voy a levantarme temprano, haré un poco de ejercicio o de yoga. Desayunaremos en familia, y nos encaminaremos a construir el día hasta con una agenda de actividades de cada día.” Se dice fácil. Hoy esto, quedó en el olvido después de casi 3 semanas de quedarnos en casa.
Pero, ¿cómo empezamos?
Por allá por el 19 de marzo, nos llegó la noticia en la escuela de mis hijas. Pronto habría que guardarse porque venía un virus. Ya lo sabíamos porque todos hablaban de murciélagos, mercados, chinos, contagios, pandemias… Pero la noticia decidió viajar para ir poco a poco transformándose de imaginación a realidad cotidiana. Había exámenes al día siguiente… ¿Ir o no ir? Algunos con miedo por acordarse de que los salones de las escuelas primarias tienen más de 35 niños sentados en bancas donde ya no cabe ni un alfiler y que la sana distancia y evitar recibir el aliento del compañero es literalmente imposible. Esos, hicieron escándalos whatsaperos en los grupos de padres. Otros, carcajeados, incrédulos hasta hoy, los acusaron de exagerados, diciendo que esto es una trampa de nuevo, de la política o de algún ocioso que quiere tener el poder.
Lo cierto es que casi todos fueron a su examen y ahí estaban los profesores y directores a las ocho en punto de la mañana, repartiendo gel alcoholizado al 90% (¿así se dice?) a cada persona que entraba a la escuela. Algunos niños con sus mascarillas azul-aqua mal puestas, entraban jugando a estar en una película futurista y algunos papás con cara de apocalípsis, daban la bendición tradicional enfatizando en la cruz. Unos protestaban, otros con sus piyamas, PANTUNFLAS (Sí, aquí así se dice) y cara de desvelo por haber trabajado en el turno de la noche, aventaban a los hijos, otros muy conscientes ayudaban al personal aventando gel con aspersor como haciendo una limpia.
Y así pasó esa semana para luego, despistarnos y perder poco a poco la noción del tiempo. Pero todavía no era el momento. Quedaban 2 semanas de clases. A los pocos días, cada profesor mandó unos interminables archivos con actividades diarias, tareas, números de páginas de las famosas guías malhechas de unas editoriales que seguramente se hacen millonarias cada año, escaneos de tareas de la materia de inglés (que por cierto debiera de ser eliminada al no servir para nada), e instrucciones precisas de ejercicios deportivos para hacer en casa (1. Hacer un avioncito chilango o bebeleche norteño (¡!) en la cochera de la casa, mojar un papel de baño, cada miembro de la familia aventarlo; 2. Brincar la cuerda cada día: 10 veces el primer día, 20 el segundo, hasta completar de 50 a 100 saltos; 3. Encontrar calcetines, no importa si son par, y jugar quemados dentro de la casa (¡!)). Y así, listas y listas de cosas que hacer. Un día, dos días, tres días, hasta completar dos semanas. Parecía una jornada escolar cualquiera que duraba de 8 a 1 o 2:30, y dependiendo de cada velocidad infantil, era de jornada normal o amplia. Los niños son sabios, saben lo que tienen que hacer, les gusta su rutina escolar, refunfuñando y haciéndoles mucha falta, esa media hora de recreo dónde corrían, jugaban o chismeaban con los amigos, desobedientes, retadores (la instrucción escolar antes era: esa media es para ir al baño y comer el lonche). La realidad es que las mamás y los papás tuvimos que convertirnos un poco en profesores de nuestros hijos y los memes en redes sociales no se dejaron esperar… Fue divertido, organizado y simpático mientras duró. Fotos y videos obligadas estudiando, leyendo en voz alta, practicando y malabareando los libros de texto se enviaron metódicamente a los maestros que debían demostrar obedientemente ante sus autoridades que sus alumnos terminaban el Bloque IV. ¿Era el IV o el III? Ya no sabemos… Al fin, se acababa este ruego-martirio a cada niño por terminar cada problema de razonamiento y cada contabilización de palabras por minuto en la lectura. El día 3 de abril, las vacaciones mostraban su rostro.
¿Vacaciones? Bueno, ahí están sombreadas de color lila en el calendario escolar 2019-2020. Dos semanas. Ya se van a terminar… No quiero imaginar el regreso al orden y la estructura. Porque seguramente volverá ese día muy pronto en que los maestros tecleen: “Bienvenidos, a empezar de nuevo…”
Y entonces, aquí estamos, es 12 de abril. Lo tengo que buscar en la pantalla del celular o del lado derecho de mi computadora. El tiempo es otro. Tengo muchos amigos que han decidido ser homeshoolers y desde que empezó todo esto, sacan su sonrisa sarcástica al vernos sufrir a algunos. Las rutinas son distintas.
Pero todo viene con calma a reordenar o desordenar nuestro mundo. Los días y las horas pasan y como buenos seres humanos que somos, nos adaptamos a todo lo que se nos pone enfrente. Así que primero, sí fuimos conscientes de que el 4 y 5 de abril era fin de semana y descansamos de las arduas semanas escolares hogareñas. Pero conforme fueron pasando más días, el tiempo se fue difuminando hasta ya no saber en qué fecha exacta nos encontrábamos y si era martes o sábado. Libertad absoluta. Y libertad absoluta es comprender a veces, que es complejo tomar decisiones ante tantos caminos posibles. Me siento como Alicia en el País de las Maravillas. ¿Soy el conejo? ¿O el gato? ¿Orden o desorden? ¿Estructura o improvisación? ¿Cordura o locura? Todo era posible. Aquí, mi experiencia propia me decía que había que dejar pasar las horas y ver qué sucedía, aunque muy adentro sí de repente pensaba e imaginaba escenarios. Ahora el miedo era la eternidad (aunque la eternidad quizás dura sólo algunos meses).
Para mi buena suerte, mi hija mayor tuvo la brillante idea de hacer una “Lista de cuarentena” que sin querer le salió larguísima. Junto más de 60 cosas por hacer: jugar basta, hacer una piñata, sembrar plantas, cocinar, coser, hacer ejercicios, leer libros divertidos, jugar con los gatos, hacer sesiones fotográficas familiares, pintar, construir casas con sábanas, hacer un picnic en el patio, hacer rompecabezas, tik-toks, videos y mucho más… Puso papelitos en un bote y cada día sacamos una sorpresa que hacemos todos juntos o cada quien por su lado. Eso lo hacíamos sólo cuando quedaba tiempo… Hay días que lo logramos, otros días decidimos improvisar bastante. Mi otra hija distruta de ello y como ya nada es obligación como en etapa escolar, se autoimpone retos deportivos. Sube escaleras 100 veces, salta la cuerda, hace abdominales pasando una montaña de libros de la derecha a la izquierda y viceversa, inspirada por unos tik-toks de una china-mexicana o luego tararea Cali Pachanguero del grupo Niche. También deciden, entre las dos, en la intimidad, bailar como sólo ellas lo hacen, Physical de Dua-Lipa, Say So de Doja Cat, Justin Bieber, su adorada Megan Trainor o las más rebeldes Billie Eillish o Melanie Martínez, etc, etc.
Lo que me enseña es que la creatividad e imaginación de los niños es infinita y que realmente son el motor de este trance. Tal vez si yo estuviera sola, me deprimiría o estaría tal vez acostada, sólo leyendo. Me siento contenta porque estamos los cuatro juntos. A veces estamos como muéganos, otras cada quien en su espacio. Otras veces y en los últimos días, buscando en los rincones de la casa artefactos, objetos olvidados, todo lo que pueda ilustrar nuestro paso por este mundo. Creamos escenarios artificiales dónde cada día viajamos y nos disfrazamos creyéndonos los personajes que fabricamos. Fuimos ya a la playa, a la India y vamos por más…
No sé cuánto dura esta paz porque en la mente del humano también hay comienzos y fines de cosas. Y aquí no parece tener fin la frase que retumba #quedateencasa, vociferada con cara de hipnosis o de líder religioso -que en cuanto pueda pide que firmes el cheque- por nuestro petulante-admirado-soberbio-ídolo subsecretario de salud.
Desde las montañas de mi rancho norteño amado rodeado de industrias apestosas… Hasta aquí mi reporte…